Sabía que tenía que buscar combustible esa tarde, pero algo lo detuvo; inexplicablemente las horas se fueron, y cuando volvió a entrar en la cocina era la noche la que teñía la vida en esa fracción del mundo.
En la pequeña habitación una olla humeaba mientras esparcía un intenso aroma a zapallo y acelga hirviéndose en su propio caldo. Quien cocinaba era su hermano, que lo observaba con cara expectante y un dejo de tristeza en su mirada. Será por no haber bajado al pueblo, pensó Juan.
Avanzó hacia el catre donde estaba tendida Jimena, absorta en la lectura de un libro que a Juan le pareció familiar pero no llegó a reconocer. Ambos, Jimena e Ismael, parecían esperar algo de él, pero no demostraron nada, cada uno en lo suyo.
“Tampoco fue para tanto”, dijo quien en ese momento se sentía en falta, pero no recibió por respuesta más que vistazos anodinos, casi simultáneos, de los otros dos pobladores de la cocina.
La estridencia de un teléfono cortó el silencio con espanto. Ahora Ismael y Jimena se miraron entre sí, sin más movimientos que los necesarios para cruzar sus miradas.
Juan levantó el tubo.
- Hola hijo-, escuchó del otro lado; era la voz de su madre.
- Hola mamá...
Juan también había dejado de hacer otra tarea aquella tarde: buscar a su madre en la terminal.
- Hola hijo, ¿cómo estás? ¿Por qué no viniste, Juancito? Te estuve esperando amor, pero no llegabas, no llegabas... y... y me dio un infarto. Estoy muerta hijo, ahora estoy muerta.
- ¡¡MA’!! ¡¡¿¿CÓMO PODÉS ESTAR MUERTA??!!
El aparato cayó al suelo. Juan buscó a su hermano con la mirada. Ahora la cara de Ismael era otra: los labios inferiores mordidos con fuerza, toda la nariz arrugada y los ojos casi cerrados, llenos de lágrimas. Lo demás había desaparecido; sólo la expresión al borde del llanto y unos brazos que se estiraban buscando unirse en un abrazo que nunca llegaba. Un velo negro saturaba todo alrededor. Y ese insoportable dolor en el pecho, y los brazos que no se juntaban; se aceraban pero no, no se juntaban.
¡Y ese insoportable dolor en el pecho!
Juan se despertó sobresaltado, llorando, gritando. Jimena, sentada a su lado, buscaba calmarlo.
Inmediatamente corrió hasta su mochila y sacó el teléfono celular. Llamó. Mientras esperaba miró la hora en el reloj despertador. Estaban por ser las siete y media; su madre ya estaría en el trabajo.
- ¡Hola ma’!
- ¡Hijo, tanto tiempo! Hace mucho que no llamás Juancito. ¿Cómo estás?
- Bien, pero soñé que te morías, por eso te hablo.
- ¡Pero no, hijito! Quedate tranquilo que está todo bien. Sólo fue un sueño mi amor.
- Que alivio que me das, vieja. Pensé que te habías ido. Perdón por la molestia. Te dejo laburar tranquila ahora.
- Está bien hijo. No hay problema. Espero otro llamado tuyo pronto.
- Está bien ma’. Que estés bien.
- Chau mi vida, saludos a Jime de mi parte.
- Ahora le mando. Chau mi viejita. Cuidate mucho.
En medio del apurado trajín de un juzgado de tribunales, Graciela se alegró al pensar que, al menos en los sueños, Juan de vez en cuando la tenía presente, la recordaba. A media mañana, aprovechando una pausa en la que salió a tomar un café, lo llamó para ver cómo iba su día.
- ¿Y mi bebé, estás mejor ya?-, comenzó a decir cuando escuchó que atendían. Del otro lado, el inconfundible tono de Jimena.
- Hola, soy yo.
- Ah, hola linda. ¿Estará Juan por ahí?
- No, Graciela... Juan... Juan murió anoche mientras dormía. Los médicos dijeron que fue un infarto.
domingo, 21 de diciembre de 2008
jueves, 18 de diciembre de 2008
El arte de viajar (reseña)
Autor: Manuel Mujica Láinez
Selección: Alejandra Laera
Fondo de Cultura Económica, 2007
Pese a ser considerado un referente indiscutido de la literatura iberoamericana, acercarse al universo de Manuel Mujica Láinez no suele ser una decisión recurrente por estos días. Acaso sus extensas novelas, en las que priman el realismo que persigue el mínimo detalle, junto a un estilo cargado de adornos que “espesan” la escritura, sean un obstáculo en el mundo de hoy, en el cual resulta tan difícil dedicarle una buena cuota de tiempo a la lectura.
Es por esto que El arte de viajar resulta una opción muy recomendable para comenzar a recorrer la obra de “Manucho”. En estos textos, dejando de lado el escritor barroco que se presenta en las novelas y muchos de sus cuentos, Mujica Láinez saca a relucir el observador irónico y narrador con sed de contar, por lo que cada una de las crónicas tiene la claridad necesaria de un texto periodístico, sin perder el lustre propio de la genialidad del autor que tanto amó a La Cumbre.
La selección de notas, publicadas entre 1935 y 1977 en el diario La Nación (varias de ellas inéditas en libro hasta ahora), son una revisión de sus recorridos por el mundo. Allí podemos apreciar a un Mujica Láinez extasiado ante las ruinas de lo que fue el imperio romano, o aburrido del ajedrez al segundo día de su vuelo en Zeppelin. No obstante, cualquiera sea la maravilla que tenga alrededor, o por más lustros que carguen las piezas cronicadas, a lo largo de todo el libro se despliega la inclaudicable virtud del escritor. Esa vocación creativa ante cada anécdota nos lleva de viaje en cada nueva historia. El arte no está, como el título del libro reza, en el viaje. El arte se encuentra en la astucia y elegancia para narrar lo vivido en esos periplos.
Selección: Alejandra Laera
Fondo de Cultura Económica, 2007
Pese a ser considerado un referente indiscutido de la literatura iberoamericana, acercarse al universo de Manuel Mujica Láinez no suele ser una decisión recurrente por estos días. Acaso sus extensas novelas, en las que priman el realismo que persigue el mínimo detalle, junto a un estilo cargado de adornos que “espesan” la escritura, sean un obstáculo en el mundo de hoy, en el cual resulta tan difícil dedicarle una buena cuota de tiempo a la lectura.
Es por esto que El arte de viajar resulta una opción muy recomendable para comenzar a recorrer la obra de “Manucho”. En estos textos, dejando de lado el escritor barroco que se presenta en las novelas y muchos de sus cuentos, Mujica Láinez saca a relucir el observador irónico y narrador con sed de contar, por lo que cada una de las crónicas tiene la claridad necesaria de un texto periodístico, sin perder el lustre propio de la genialidad del autor que tanto amó a La Cumbre.
La selección de notas, publicadas entre 1935 y 1977 en el diario La Nación (varias de ellas inéditas en libro hasta ahora), son una revisión de sus recorridos por el mundo. Allí podemos apreciar a un Mujica Láinez extasiado ante las ruinas de lo que fue el imperio romano, o aburrido del ajedrez al segundo día de su vuelo en Zeppelin. No obstante, cualquiera sea la maravilla que tenga alrededor, o por más lustros que carguen las piezas cronicadas, a lo largo de todo el libro se despliega la inclaudicable virtud del escritor. Esa vocación creativa ante cada anécdota nos lleva de viaje en cada nueva historia. El arte no está, como el título del libro reza, en el viaje. El arte se encuentra en la astucia y elegancia para narrar lo vivido en esos periplos.
jueves, 11 de diciembre de 2008
Din don dan, din don... ¡¡PAFF!!
Hermoso detalle el de Mauricio Macri para estas navidades. Prohibió que un grupo de Caritas cantara villancicos en calle Florida por que atenta contra la "estética urbana".
Claro, es porque "va a estar bueno Buenos Aires". Buenísimo...
domingo, 30 de noviembre de 2008
Por eso vino
Lo que sigue es un cuento escrito para un concurso. Había que escribir, en menos de 1000 caracteres, un relato relacionado de algún modo con el vino.
Esto salió:
Por eso vino. Los murmullos que cruzaban en todas direcciones el hospital, siempre tan perjudiciales para la salud, la tenían harta. Necesitaba volver, aunque sea unos días. La falta de compromiso de sus profesores no era lo que más lamentaba. Después de todo, para ser residente estaba aprendiendo mucho. Eso es lo que ella sentía. El chismerío barato era lo que agotaba su exigua capacidad de paciencia.
Por eso vino. La saturaban sus compañeras, que entraban en cualquier instante al consultorio para transmitir el último informe de las dos o tres "zorras" asediadas por los rumores. No importaba si allí adentro un pequeñín de dos años anunciaba entre llanto gritos lágrimas y mocos, un dolor de oído aún no detectado. Entonces ellas, las sagaces informantes de los últimos amoríos, pedían perdón y cerraban lentamente la puerta, escondiendo una risa adolescente, sin un ápice de vergüenza.
Por eso vino. Extrañaba el cobijo del campo, con su viento y su cielo, su olor y su paz. Extrañaba ciertos frescores de la casa antigua; los silencios de su padre y las preguntas de su madre. Anhelaba esos sabores... el pan casero de doña Eulogia; el queso fresco.
Por eso, vino.
Esto salió:
Por eso vino. Los murmullos que cruzaban en todas direcciones el hospital, siempre tan perjudiciales para la salud, la tenían harta. Necesitaba volver, aunque sea unos días. La falta de compromiso de sus profesores no era lo que más lamentaba. Después de todo, para ser residente estaba aprendiendo mucho. Eso es lo que ella sentía. El chismerío barato era lo que agotaba su exigua capacidad de paciencia.
Por eso vino. La saturaban sus compañeras, que entraban en cualquier instante al consultorio para transmitir el último informe de las dos o tres "zorras" asediadas por los rumores. No importaba si allí adentro un pequeñín de dos años anunciaba entre llanto gritos lágrimas y mocos, un dolor de oído aún no detectado. Entonces ellas, las sagaces informantes de los últimos amoríos, pedían perdón y cerraban lentamente la puerta, escondiendo una risa adolescente, sin un ápice de vergüenza.
Por eso vino. Extrañaba el cobijo del campo, con su viento y su cielo, su olor y su paz. Extrañaba ciertos frescores de la casa antigua; los silencios de su padre y las preguntas de su madre. Anhelaba esos sabores... el pan casero de doña Eulogia; el queso fresco.
Por eso, vino.
miércoles, 15 de octubre de 2008
Sobre la aversión a las peluquerías
Considero horrendas a las peluquerías. No se explicarlo; alguna experiencia traumática de mi infancia habrá funcionado como detonante para mi repulsión actual. La cuestión es que hoy por hoy no soporto ingresar en esos sicodélicos reductos del último aullido de la moda.
Hay algunas que parecen aceptables, con un peluquero viejito, modesto, esperando en la puerta con las manos en los bolsillos laterales de su chaquetilla, o trabajando prolijamente sobre los bucles siempre rebeldes de una comadrona venida a menos que no se resigna a la pérdida de belleza. Incluso estas barberías más amables me son insoportables.
Como consecuencia de esta mala vibra, hace muchísimo tiempo no asistía a esos palacios del hastío de la imagen. Es por eso que había conseguido, a fuerza de constantes ruegos y promesas monetarias que nunca se cumplirán, convertir a uno de mis amigos, dueño de una antigua máquina afeitadora, en mi coiffeur personal. Claro que sus trabajos no eran grandes decoraciones. Su técnica predilecta era simple y afamada rapada.
Pero algo sucedió en los últimos meses que no me permitió retocar mi modesto peinado. Mi amigo, Justo, terminó su carrera universitaria y partió a otro país a continuar sus estudios, o lo que era lo mismo para él: su vida de juerga.
Es por eso que yo, con un poco de vagancia y otro tanto de menosprecio estético, había dejado que mi cabellera creciera libre, sin ningún tipo de control ni cuidado. Justo había dejado su trabajo y no tenía quien controlara el imparable avance de cada uno de mis minúsculos, ascendentemente desordenados y sucios pelos.
Pero llegó el día en que tuve que decir basta: “Basta”, dije por fin, y me encaminé a la peluquería que tenía más cerca.
Entré al lugar, decorado al estilo minimalista, tan usual en nuestros tiempos. Cuadros con figuras irreconocibles y gigantescos espejos repetían mi desprolija imagen mientras avanzaba hasta el mostrador, donde se desparramaban algunas revistas.
“Que tal, vengo por un corte”, dije al chico que atendía; gruesos lentes, un oscuro mechón de pelo cubriendo oblicuamente el rostro y al menos nueve aros repartidos en la parte visible de su semblante.
Sin quitar la vista de una notebook saturada de calcomanías, contestó.
“Pasá chabón, estoy en un toque”.
Me senté en el primero de cuatro sillones blancos, frente a uno de los tantos espejos. Después de una breve espera, mi nuevo peluquero llegó con las manos detrás de la espalda.
-Qué le hacemos a este menjunje, man.
-No sé, man... quería algo sencillo, una rapada.
-Listo. Aguantame un toque.
Fue y volvió, con uno de esos mantelitos que te atan al cuello para que no te entren pelos, aunque siempre entran. Comenzó a acomodar la maquinita, bastante parecida a la de Justo; donde andarás turro sinvergüenza, y yo acá, con el “man” este...
Debo decir que tiene categoría. En menos de cinco minutos quedé igualito a un oficial del ejército o aun cadete de la federal.
Casi contento me levanté y comencé a sacudirme los pelos de los hombros y los que se escabulleron dentro de la remera, conforme con el corte.
Man estaba de nuevo en el mostrador, tecleando rápido en la notebook.
-¿Cuánto es?, le digo, con una sonrisa chiquita pero sincera.
-Treinta y cinco, man.
Saliendo, a paso lento, pude ver en uno de los espejos la vena hinchada que deformaba mi sien derecha.
Hay algunas que parecen aceptables, con un peluquero viejito, modesto, esperando en la puerta con las manos en los bolsillos laterales de su chaquetilla, o trabajando prolijamente sobre los bucles siempre rebeldes de una comadrona venida a menos que no se resigna a la pérdida de belleza. Incluso estas barberías más amables me son insoportables.
Como consecuencia de esta mala vibra, hace muchísimo tiempo no asistía a esos palacios del hastío de la imagen. Es por eso que había conseguido, a fuerza de constantes ruegos y promesas monetarias que nunca se cumplirán, convertir a uno de mis amigos, dueño de una antigua máquina afeitadora, en mi coiffeur personal. Claro que sus trabajos no eran grandes decoraciones. Su técnica predilecta era simple y afamada rapada.
Pero algo sucedió en los últimos meses que no me permitió retocar mi modesto peinado. Mi amigo, Justo, terminó su carrera universitaria y partió a otro país a continuar sus estudios, o lo que era lo mismo para él: su vida de juerga.
Es por eso que yo, con un poco de vagancia y otro tanto de menosprecio estético, había dejado que mi cabellera creciera libre, sin ningún tipo de control ni cuidado. Justo había dejado su trabajo y no tenía quien controlara el imparable avance de cada uno de mis minúsculos, ascendentemente desordenados y sucios pelos.
Pero llegó el día en que tuve que decir basta: “Basta”, dije por fin, y me encaminé a la peluquería que tenía más cerca.
Entré al lugar, decorado al estilo minimalista, tan usual en nuestros tiempos. Cuadros con figuras irreconocibles y gigantescos espejos repetían mi desprolija imagen mientras avanzaba hasta el mostrador, donde se desparramaban algunas revistas.
“Que tal, vengo por un corte”, dije al chico que atendía; gruesos lentes, un oscuro mechón de pelo cubriendo oblicuamente el rostro y al menos nueve aros repartidos en la parte visible de su semblante.
Sin quitar la vista de una notebook saturada de calcomanías, contestó.
“Pasá chabón, estoy en un toque”.
Me senté en el primero de cuatro sillones blancos, frente a uno de los tantos espejos. Después de una breve espera, mi nuevo peluquero llegó con las manos detrás de la espalda.
-Qué le hacemos a este menjunje, man.
-No sé, man... quería algo sencillo, una rapada.
-Listo. Aguantame un toque.
Fue y volvió, con uno de esos mantelitos que te atan al cuello para que no te entren pelos, aunque siempre entran. Comenzó a acomodar la maquinita, bastante parecida a la de Justo; donde andarás turro sinvergüenza, y yo acá, con el “man” este...
Debo decir que tiene categoría. En menos de cinco minutos quedé igualito a un oficial del ejército o aun cadete de la federal.
Casi contento me levanté y comencé a sacudirme los pelos de los hombros y los que se escabulleron dentro de la remera, conforme con el corte.
Man estaba de nuevo en el mostrador, tecleando rápido en la notebook.
-¿Cuánto es?, le digo, con una sonrisa chiquita pero sincera.
-Treinta y cinco, man.
Saliendo, a paso lento, pude ver en uno de los espejos la vena hinchada que deformaba mi sien derecha.
viernes, 12 de septiembre de 2008
Sín título, por ella
Yo, inquieto y vacilante, laburo entre papeles
una gran cantidad asquerosa de sobras filosas de aquel choque,
con ella.
Atisbo sensaciones para ir con ella;
volaremos hacia ellas.
Siempre que vos no estés lejos vení rápido
Conmigo, puta.
No obstante esto, auguro destinos como fuego intenso y comienzo
a entrar en aquella babosa penumbra que oscila a mi alrededor.
Y muero por ella.
una gran cantidad asquerosa de sobras filosas de aquel choque,
con ella.
Atisbo sensaciones para ir con ella;
volaremos hacia ellas.
Siempre que vos no estés lejos vení rápido
Conmigo, puta.
No obstante esto, auguro destinos como fuego intenso y comienzo
a entrar en aquella babosa penumbra que oscila a mi alrededor.
Y muero por ella.
jueves, 4 de septiembre de 2008
Laburame un Jaguar Tonic
Callados elefantes divagan ampliamente.
Mientras nosotros fumamos con inercia,
aquella pudorosa y rotulante elefanta no amada sucumbió ante el safari romántico de aquellos trovadores cansinos porque lamentablemente estaban perturbados, sopesando,
dudando intensamente.
Zoofílicos transpiraban ideas intensas,
pero tropezaban ante vívidos seres superfluos;
arremetían la incesante, dañada espalda agotada de silencios
vacíos.
Llévame por claustros entrerrianos,
De Ángelis.
Mientras nosotros fumamos con inercia,
aquella pudorosa y rotulante elefanta no amada sucumbió ante el safari romántico de aquellos trovadores cansinos porque lamentablemente estaban perturbados, sopesando,
dudando intensamente.
Zoofílicos transpiraban ideas intensas,
pero tropezaban ante vívidos seres superfluos;
arremetían la incesante, dañada espalda agotada de silencios
vacíos.
Llévame por claustros entrerrianos,
De Ángelis.
viernes, 29 de agosto de 2008
Secreciones
Ninguna urbe troquelada, nevada,
cobrará limosnas vastas
entre changuitos zumbantes;
atravesará excéntricas alamedas largas,
y ofrendas
Hasta nunca olvidar grillos armónicos,
fibrosos
nauseabundos,
antiguos amantes iluminadores e intensos
Luminarias urticantes diametralmente
sin umbrales estrepitosos tratan de participar rotundamente.
Brillemos sin estrellas.
Intensamente
cobrará limosnas vastas
entre changuitos zumbantes;
atravesará excéntricas alamedas largas,
y ofrendas
Hasta nunca olvidar grillos armónicos,
fibrosos
nauseabundos,
antiguos amantes iluminadores e intensos
Luminarias urticantes diametralmente
sin umbrales estrepitosos tratan de participar rotundamente.
Brillemos sin estrellas.
Intensamente
lunes, 18 de agosto de 2008
Paseos Nocturnos
Con el termo lleno de agua caliente y la yerba del primer mate hinchándose a paso lento, salgo a mi pequeño balcón a contemplar la noche. A los pocos minutos comienzo a volar. Me elevo de un modo suave, seguro, y avanzo sereno siguiendo los deseos de mi cerebro.
Paso ante una ventana a través de la cual se puede ver una chica llorando, angustiada porque piensa que no llegará con tiempo para rendir su examen.
Me adelanto y veo a dos compañeros inclinados ante un tablero iluminado, en una habitación en penumbras. Junto a ese cuarto una pareja discute a viva voz cotidianidades de alta y banal efervescencia.
Sigo mi paseo por encima de una plaza, a una altura prudente como para no ser visto por un grupo travestis que se pavonean orondos, a la espera de la clientela que no tardará en llegar.
Ahora subo, subo y me detengo a la altura del que, me parece, es el edificio más alto de la ciudad. Con sosegado avanzar llego, minutos más tarde, a la terraza de la construcción más distante del suelo.
Al principio debo estirar mis pies para rozar el techo del último piso. Llego, finalmente, y camino alrededor de esa cúspide urbana viendo el panorama que se extiende alrededor. Respiro profundo mirando al cielo, cada una de las estrellas y la luna se perciben un poco más cerca, pero a la vez tan lejos, tan lejos.
El silencio total no existe, pero lo que siento se le parece mucho, o al menos resuena como un murmullo constante, parejo, y por eso casi imperceptible a los oídos tan destrozados por el vociferar constante de la ciudad despierta, ahora sólo palpitante.
Decido volver. El frescor está creciendo y los compromisos que mañana me aguardan no tendrán en cuenta mi paseo nocturno; su inclemencia será la misma de siempre.
Ahora, en el segundo capítulo de un vuelo que apenas conozco, domino el flotar de este cuerpo como si el nacimiento de mi vida hubiera sido el testigo de tal capacidad. La confianza se adueña de mis movimientos. Intento acelerar y lo logro. A gran velocidad me alejo de esa ínfima zona protectora de mis rodeos nocturnos para regresar a casa; al departamento que amable y generosamente llamo casa.
En mi apurado retorno te veo. Estás sentada como lo estuve yo, hace no se cuantos minutos; horas, quizá. No volás. Solo estás sentada, tus brazos contra la baranda, soltando un largo bostezo.
Ahora, suspendido en el aire, te veo llorar; estás cansada de llorar. Me acerco y ante tu sorpresa estiro el brazo y te pido que te quedes tranquila. Me detengo nuevamente hasta que tu mínima confianza me permite acercarme.
Llego a tu lado y te abrazo. La intensidad de mis brazos sobre tu cuerpo es leve, poco abarcadora de tu pequeña contextura, pero es un abrazo al fin. Tus sollozos no merman, se mantienen en una prolijidad atormentante.
De repente lo decido, tengo que hacerlo: te entrego mi lapiz y ese pedazo de hoja que me ayudaron a flotar durante todo este rato.
Tímida, agarrás los objetos mientras me mirás sin entender qué pretendo.
“Volá”, te susurro despacio, y luego del primer trazo vos también te vas.Que lejos estoy de casa.
Paso ante una ventana a través de la cual se puede ver una chica llorando, angustiada porque piensa que no llegará con tiempo para rendir su examen.
Me adelanto y veo a dos compañeros inclinados ante un tablero iluminado, en una habitación en penumbras. Junto a ese cuarto una pareja discute a viva voz cotidianidades de alta y banal efervescencia.
Sigo mi paseo por encima de una plaza, a una altura prudente como para no ser visto por un grupo travestis que se pavonean orondos, a la espera de la clientela que no tardará en llegar.
Ahora subo, subo y me detengo a la altura del que, me parece, es el edificio más alto de la ciudad. Con sosegado avanzar llego, minutos más tarde, a la terraza de la construcción más distante del suelo.
Al principio debo estirar mis pies para rozar el techo del último piso. Llego, finalmente, y camino alrededor de esa cúspide urbana viendo el panorama que se extiende alrededor. Respiro profundo mirando al cielo, cada una de las estrellas y la luna se perciben un poco más cerca, pero a la vez tan lejos, tan lejos.
El silencio total no existe, pero lo que siento se le parece mucho, o al menos resuena como un murmullo constante, parejo, y por eso casi imperceptible a los oídos tan destrozados por el vociferar constante de la ciudad despierta, ahora sólo palpitante.
Decido volver. El frescor está creciendo y los compromisos que mañana me aguardan no tendrán en cuenta mi paseo nocturno; su inclemencia será la misma de siempre.
Ahora, en el segundo capítulo de un vuelo que apenas conozco, domino el flotar de este cuerpo como si el nacimiento de mi vida hubiera sido el testigo de tal capacidad. La confianza se adueña de mis movimientos. Intento acelerar y lo logro. A gran velocidad me alejo de esa ínfima zona protectora de mis rodeos nocturnos para regresar a casa; al departamento que amable y generosamente llamo casa.
En mi apurado retorno te veo. Estás sentada como lo estuve yo, hace no se cuantos minutos; horas, quizá. No volás. Solo estás sentada, tus brazos contra la baranda, soltando un largo bostezo.
Ahora, suspendido en el aire, te veo llorar; estás cansada de llorar. Me acerco y ante tu sorpresa estiro el brazo y te pido que te quedes tranquila. Me detengo nuevamente hasta que tu mínima confianza me permite acercarme.
Llego a tu lado y te abrazo. La intensidad de mis brazos sobre tu cuerpo es leve, poco abarcadora de tu pequeña contextura, pero es un abrazo al fin. Tus sollozos no merman, se mantienen en una prolijidad atormentante.
De repente lo decido, tengo que hacerlo: te entrego mi lapiz y ese pedazo de hoja que me ayudaron a flotar durante todo este rato.
Tímida, agarrás los objetos mientras me mirás sin entender qué pretendo.
“Volá”, te susurro despacio, y luego del primer trazo vos también te vas.Que lejos estoy de casa.
jueves, 7 de agosto de 2008
Año
Para algunos, nada; para otros, una eternidad; siempre dependiendo de la perspectiva desde donde se aprecie el discurrir del mundo, el incesante despliegue de la vida alrededor nuestro. Lo cierto -bueno o no, pero cierto- es que este blog hoy cumple un año.
¿Positivo? ¿Negativo? Lo hago para escribir, cada vez que tengo tiempo. En este momento no lo tengo.
Ta' luego...
¿Positivo? ¿Negativo? Lo hago para escribir, cada vez que tengo tiempo. En este momento no lo tengo.
Ta' luego...
jueves, 31 de julio de 2008
No todos son ponchos
Como nuestro título lo anuncia, no todos son ponchos en la Fiesta Nacional e Internacional del Poncho. Este año, a la par de las costosísimas empanadas, podremos disfrutar de D-PONCHO, con una programación difícilmente comparable en los festivales de nuestro país.
Una vez más, Catamarca está un paso adelante en las últimas tendencias.
Una vez más, Catamarca está un paso adelante en las últimas tendencias.
miércoles, 23 de julio de 2008
De cómo los sórdidos vientos nórdicos logran entumecer las mentes adustas en los inviernos calientes en el extremo sur del orbe
Algunos no gustan de contar esta historia. Considero que, tarde o temprano, debía ser relatada...
Cuenta la leyenda que en los antiguamente gélidos meses de julio, en una comarca mediterránea de un país austral, los jóvenes, ávidos de enseñanzas y saberes, detenían sus lúgubres vidas para dedicar su tiempo a la meditación y la incorporación de renovadas teorías que pulieran sus enmohecidas mentes. Algunos recuerdan a un sabio que, en un alto de su eterna caminata, dijo a unos cuantos pilluelos que en ese momento estaban de juerga:
“¡Vayan a estudiar, pendejos de mierda!”
Algunos creyentes de aquella antigua narración, tratamos de seguir, con no poca holgazanería, los designios que esconde ese aparentemente claro mensaje.
Discípulos inquebrantables de aquel sabio que por momento detestamos con todo nuestro ser.
Cuenta la leyenda que en los antiguamente gélidos meses de julio, en una comarca mediterránea de un país austral, los jóvenes, ávidos de enseñanzas y saberes, detenían sus lúgubres vidas para dedicar su tiempo a la meditación y la incorporación de renovadas teorías que pulieran sus enmohecidas mentes. Algunos recuerdan a un sabio que, en un alto de su eterna caminata, dijo a unos cuantos pilluelos que en ese momento estaban de juerga:
“¡Vayan a estudiar, pendejos de mierda!”
Algunos creyentes de aquella antigua narración, tratamos de seguir, con no poca holgazanería, los designios que esconde ese aparentemente claro mensaje.
Discípulos inquebrantables de aquel sabio que por momento detestamos con todo nuestro ser.
jueves, 10 de julio de 2008
Espacio de publicidad
Esto es sólo un recuerdo.
Si quieren leer, hagan click en la imágen. Si no tienen ganas, transcribo las últimas tres líneas, síntesis del "espacio de publicidad":
"La Sociedad Rural Argentina reitera frente a los productores y la ciudadanía en general su apoyo a toda acción que signifique completar el proceso iniciado el 24 de marzo de 1976, para poder lograr así los fines propuestos, que en definitiva son los grandes objetivos nacionales".
lunes, 7 de julio de 2008
Cuerpos hirvientes
Un fuego constante abraza la olla repleta de agua, burbujeante en su irritado hervor.
Los cuerpos caen desprolijos en el cuenco de hierro y se amontonan, hasta que su propio peso hace que se desparramen y comiencen a cocinarse. Lentamente surgen desde el fondo y vuelven a perderse en los abismos amarronados del líquido, que de a poco se va espesando con los pequeños trozos que se despedazan por la acción del constante calor y borboteo del agua cada vez más caldeada. El movimiento parece planificado: allí donde una nueva pieza deja ver su progresiva modificación, otra se escabulle hacia las profundidades del menjurje que humea sin descanso.
Los cuerpos se ablandan, cediendo su estructura al efímero infierno encargado de prepararlos para la pronta degustación.
Aceite, sal, pimienta, comino y pimentón se confabulan, inconscientes de su preciado servicio, para otorgar gusto a aquel informe cúmulo de pedazos.
No hace mucho tiempo lo que ahora se destruye ante el hervor estaba plagado de vida, fulgurante en su existir en el orbe. Su presente es muy distinto; irreversible su devastación.
Una sentencia, corta y simple, signará su destino, cerrará para siempre el ciclo vital: ¡La sopa está lista!
Los cuerpos caen desprolijos en el cuenco de hierro y se amontonan, hasta que su propio peso hace que se desparramen y comiencen a cocinarse. Lentamente surgen desde el fondo y vuelven a perderse en los abismos amarronados del líquido, que de a poco se va espesando con los pequeños trozos que se despedazan por la acción del constante calor y borboteo del agua cada vez más caldeada. El movimiento parece planificado: allí donde una nueva pieza deja ver su progresiva modificación, otra se escabulle hacia las profundidades del menjurje que humea sin descanso.
Los cuerpos se ablandan, cediendo su estructura al efímero infierno encargado de prepararlos para la pronta degustación.
Aceite, sal, pimienta, comino y pimentón se confabulan, inconscientes de su preciado servicio, para otorgar gusto a aquel informe cúmulo de pedazos.
No hace mucho tiempo lo que ahora se destruye ante el hervor estaba plagado de vida, fulgurante en su existir en el orbe. Su presente es muy distinto; irreversible su devastación.
Una sentencia, corta y simple, signará su destino, cerrará para siempre el ciclo vital: ¡La sopa está lista!
domingo, 22 de junio de 2008
Un paraíso inesperado
Majestuoso al costado de una calle de tierra, El Paraíso, último hogar del escritor Manuel Mujica Láinez, se mostró más impresionante de lo que esperábamos. Habíamos llegado a Cruz Chica, pequeño paraje de La Cumbre, con la expectativa de conocer una casa-museo como tantas otras, con algún objeto interesante, alguna anécdota curiosa. Nos encontramos, en su lugar, con un tesoro cultural invalorable no sólo para Córdoba, sino para toda Argentina. La antigua casa de Manucho, o lo que es lo mismo, el actual Museo Mujica Láinez, nos sorprendió y dejó perplejos con su gigantesco caudal de historia.
La casa
La construcción, una clásica residencia de estilo colonial de principios del siglo XX, fue adquirida por el escritor en el año 1968, para instalarse de manera definitiva al año siguiente junto a su esposa, Ana de Alvear. Allí, en el dormitorio del segundo piso –decorado con cuadros de Suhurt, Soldi y Spilimbergo–, moriría Mujica Láinez, el 21 de abril de 1984.
Apenas tres años más tarde, en julio de 1987, la casa se abrió al público tal como estaba en la vida del escritor, para el deleite de centenares de amantes de la literatura o de la vida de este singular y polifacético personaje. Abría sus puertas un enorme cofre lleno de creatividad, de arte, de recuerdos, de vida.
Ya el mismo Manucho lo había expresado: “he acumulado, con algo de nostálgico, algo de coleccionista y mucho de urraca, los testimonios de una larga permanencia en el mundo... las huellas de mis desasosiegos de escritor, de periodista, de viajero... también de antecesores de mi mujer, personajes que atañen a la historia del país, de su política, de su literatura”.
El tesoro
Ese inmenso cúmulo de objetos puede observarse ya en el amplio jardín, cuando nos cruzamos con las curiosísimas lápidas de Cecil, su perro, y Balzac, su gato, o con una estatua de piedra que representa a Aquiles, unos metros antes de la puerta por donde Alejandra, la guía del lugar, nos condujo para adentrarnos.
En este punto, cuando entramos al comedor decorado con muebles que ostentan entre dos y cuatro siglos de lustrosa vida, es cuando tomamos noción de estar en un universo aparte, mientras nuestra guía avanza señalando cuadros y muebles, recordando fechas y nombres; recapitulación necesaria y asombrosa que rescataremos, acotada, en las líneas que siguen.
Luego de pasar por un pasillo lleno de fotos de presentaciones y recortes de diarios, entramos al Salón de los Retratos, que contiene, como su nombre lo anticipa, más de 80 retratos de antepasados familiares. Florencio Varela, Juan de Garay, e incluso la madre de Manuel, Lucía Láinez Varela, miran desde las paredes de esta gran habitación que cuenta, además, con un pequeño escritorio de campaña que perteneció al mismísimo José de San Martín.
Avanzamos hasta la sala de té, un pequeño cuarto abarrotado de antiguos daguerrotipos, numerosos premios y distinciones donde se repiten las siglas MML, además de varios libros y fotos dedicadas. Eduardo Mallea, Silvina y Victoria Ocampo, Alberto Gerchunoff, Gabriela Mistral o Jorge Luis Borges son algunos de los que dedicaron sus fotografías o libros “para Manucho, con afecto”.
Libros, retratos y dedicatorias se renuevan en el cuarto contiguo, donde se puede ver un retrato de Carlos Alonso o una pequeña acuarela de Xul Solar. Las obras completas de Mujica Láinez están en este cuarto, pegado a la sala que, con solo contemplar, hace que el viaje hasta La Cumbre valga la pena: la biblioteca.
¿Qué es lo que puede hallarse ahí? Una Historia de la magia en francés, por ejemplo; ediciones gigantescas con grabados de Alberti; literatura europea y americana desperdigada por los anaqueles que cubren las paredes de piso a techo. Más, muchos más volúmenes pueblan esta habitación llena de mundos.
El territorio del final
Salimos del Parnaso literario con un hondo suspiro, pero cuando todavía dudamos en pedir regresar por unos segundos, Alejandra nos condujo al segundo piso, donde están el pequeño estudio, un baño y la habitación del escritor. Inesperadamente, la guía partió alegando que debía iniciar un nuevo recorrido en pocos minutos.
Entonces, un nuevo deleite llenó nuestros ojos. Sobre una mesita de madera reposaba una vieja WoodStock, la máquina de escribir con la que el autor de Bomarzo pasaba sus manuscritos en las tardes serranas. Impecable, tiene ese aire doblemente quieto que tienen las cosas móviles cuando no se mueven.
Los minutos se esfumaron ante aquella pequeña recibidora de tecleos memorables. Después, solo quedaba el dormitorio. No queríamos entrar porque allí finalizaba el recorrido, y acaso también porque en ese lecho, todavía acompañado de los últimos libros que Manuel Mujica Láinez estuvo leyendo, fue el lugar donde la muerte acrecentó su cuenta perpetua.
Paradojas de este mundo, salimos del antiguo caserón renovados, llenos de vitalidad y ansias de saber más sobre el escritor, su obra y su vida. Con ansias, también, de escribir.
La casa
La construcción, una clásica residencia de estilo colonial de principios del siglo XX, fue adquirida por el escritor en el año 1968, para instalarse de manera definitiva al año siguiente junto a su esposa, Ana de Alvear. Allí, en el dormitorio del segundo piso –decorado con cuadros de Suhurt, Soldi y Spilimbergo–, moriría Mujica Láinez, el 21 de abril de 1984.
Apenas tres años más tarde, en julio de 1987, la casa se abrió al público tal como estaba en la vida del escritor, para el deleite de centenares de amantes de la literatura o de la vida de este singular y polifacético personaje. Abría sus puertas un enorme cofre lleno de creatividad, de arte, de recuerdos, de vida.
Ya el mismo Manucho lo había expresado: “he acumulado, con algo de nostálgico, algo de coleccionista y mucho de urraca, los testimonios de una larga permanencia en el mundo... las huellas de mis desasosiegos de escritor, de periodista, de viajero... también de antecesores de mi mujer, personajes que atañen a la historia del país, de su política, de su literatura”.
El tesoro
Ese inmenso cúmulo de objetos puede observarse ya en el amplio jardín, cuando nos cruzamos con las curiosísimas lápidas de Cecil, su perro, y Balzac, su gato, o con una estatua de piedra que representa a Aquiles, unos metros antes de la puerta por donde Alejandra, la guía del lugar, nos condujo para adentrarnos.
En este punto, cuando entramos al comedor decorado con muebles que ostentan entre dos y cuatro siglos de lustrosa vida, es cuando tomamos noción de estar en un universo aparte, mientras nuestra guía avanza señalando cuadros y muebles, recordando fechas y nombres; recapitulación necesaria y asombrosa que rescataremos, acotada, en las líneas que siguen.
Luego de pasar por un pasillo lleno de fotos de presentaciones y recortes de diarios, entramos al Salón de los Retratos, que contiene, como su nombre lo anticipa, más de 80 retratos de antepasados familiares. Florencio Varela, Juan de Garay, e incluso la madre de Manuel, Lucía Láinez Varela, miran desde las paredes de esta gran habitación que cuenta, además, con un pequeño escritorio de campaña que perteneció al mismísimo José de San Martín.
Avanzamos hasta la sala de té, un pequeño cuarto abarrotado de antiguos daguerrotipos, numerosos premios y distinciones donde se repiten las siglas MML, además de varios libros y fotos dedicadas. Eduardo Mallea, Silvina y Victoria Ocampo, Alberto Gerchunoff, Gabriela Mistral o Jorge Luis Borges son algunos de los que dedicaron sus fotografías o libros “para Manucho, con afecto”.
Libros, retratos y dedicatorias se renuevan en el cuarto contiguo, donde se puede ver un retrato de Carlos Alonso o una pequeña acuarela de Xul Solar. Las obras completas de Mujica Láinez están en este cuarto, pegado a la sala que, con solo contemplar, hace que el viaje hasta La Cumbre valga la pena: la biblioteca.
¿Qué es lo que puede hallarse ahí? Una Historia de la magia en francés, por ejemplo; ediciones gigantescas con grabados de Alberti; literatura europea y americana desperdigada por los anaqueles que cubren las paredes de piso a techo. Más, muchos más volúmenes pueblan esta habitación llena de mundos.
El territorio del final
Salimos del Parnaso literario con un hondo suspiro, pero cuando todavía dudamos en pedir regresar por unos segundos, Alejandra nos condujo al segundo piso, donde están el pequeño estudio, un baño y la habitación del escritor. Inesperadamente, la guía partió alegando que debía iniciar un nuevo recorrido en pocos minutos.
Entonces, un nuevo deleite llenó nuestros ojos. Sobre una mesita de madera reposaba una vieja WoodStock, la máquina de escribir con la que el autor de Bomarzo pasaba sus manuscritos en las tardes serranas. Impecable, tiene ese aire doblemente quieto que tienen las cosas móviles cuando no se mueven.
Los minutos se esfumaron ante aquella pequeña recibidora de tecleos memorables. Después, solo quedaba el dormitorio. No queríamos entrar porque allí finalizaba el recorrido, y acaso también porque en ese lecho, todavía acompañado de los últimos libros que Manuel Mujica Láinez estuvo leyendo, fue el lugar donde la muerte acrecentó su cuenta perpetua.
Paradojas de este mundo, salimos del antiguo caserón renovados, llenos de vitalidad y ansias de saber más sobre el escritor, su obra y su vida. Con ansias, también, de escribir.
jueves, 12 de junio de 2008
Conversaciones
Señoritas, señoras y señores, a continuación les transmito, en forma totalmente gratuita, este texto.
Me lo mandó un tal Diego (o al menos así se hace llamar). Que lo disfruten:
No quiero detenerme en muchos detalles. Fue hace unos días, por la mañana, hacía frío y los cinco nos reunimos en círculo, parados en el medio del patio, balanceándonos de un lado a otro, tratando de que ese mínimo rayo de sol nos calentara un poco el cuerpo. La charla fue saltando de un tema al otro, como cualquier charla entre amigos. No sé quien fue, pero alguien hizo el comentario sobre el acto en Rosario, sobre la estatua del “Che”, sobre el aniversario. Empezamos a recordar: “¿se acuerdan cuando se cumplieron los treinta años de la muerte? Había marchas por todos lados, todas las paredes que pintamos; ¡cuando vino Clinton! ¿Se acuerdan cuando vino Clinton?”, dijo Marcelo, “como ligamos ese día, había policías por todos lados, nos dieron sin asco. Y nosotros pensado que Clinton estaba asustado por la cantidad de estudiantes que éramos…el tipo seguro que ni se enteró”. Nos empezamos a reír, no sabíamos de qué, o quizás sí, pero nos reíamos. “Ahí fue la primera vez que recibí un balazo de goma” dijo Ariel. Seguimos hablando de otras cosas. Walter, que estaba callado hasta el momento, volvió sacar el tema, pero desde otro punto de vista: “las minas que nos levantábamos después de mostrar las heridas”. Volvimos a reír, y nos acordamos de cuando participábamos de las tomas de las facultades, de cualquiera, no importaba, ese era el lugar ideal para conocer a chicas, a las de psicología, a las de sociología, ahí a la noche, durmiendo en el piso, algo te tenía que tocar…salvo si eras el boludo que le tocaba hacer seguridad. “Bueno”, dijo Christian, “pero también teníamos la idea de cambiar las cosas…” todos nos cagamos de risa, “si, tenés razón… ¡¿pero como levantábamos minas?!” dijo Jorge mientras no paraba de reírse. Otra vez salimos del tema y charlamos sobre las materias, el fútbol y así saltando de tema en tema, y sin dejar de movernos para no congelarnos. Walter volvió sobre el asunto: “¿vieron que salen micros desde la facu? ¿Ustedes van? Nosotros tres salimos el jueves”. Por supuesto que íbamos a Rosario, todos nos estábamos dejando la barba hace un mes. Ariel hizo el comentario sobre las canas de nuestras barbas y nuevamente volvimos a estallar con las risas. Creo que fue Jorge, si fue Jorge, quien lo dijo: “¿vieron que ahora cumplimos con todas las características para morir en un enfrentamiento?” “¡¿Qué?!”, dijimos todos a los gritos. “Y claro, si nos matan de un balazo cumplimos con todos los requisitos para que hablen bien de nosotros. Miren, somos maridos, somos padres, tenemos amigos que dirán que éramos buenas personas…cumplimos con todos los requisitos para ser de los que mueren por una bala perdida o por la demencia de algún policía que te caga a golpes hasta dejarte duro en el piso”. Silencio. Silencio. Silencio. “Para mí, la última piedra que tiré con la gomera fue en la plaza de Mayo, en el 2001, de ahí, no tire más”, dijo Christian. Seguimos hablando de otras cosas, no recuerdo bien el orden, pero casi todo el tiempo era de minas. Después de un rato les conté lo que había visto viajando en tren. En uno de esos viajes que hacia desde Constitución a la La Plata para cursar la carrera, en una pared llegando a la estación de Tolosa, habían escrito el famoso lema “El Che Vive”. A los pocos días, alguien con otro aerosol había escrito por debajo del graffiti: ¿A dónde? Después de ese día, siempre miraba la pared esperando que alguien respondiera la pregunta, pero en cuatro años nadie se había animado, o simplemente no sabía.
El aula que necesitábamos estaba abierta, no fuimos rápido porque el frío era terrible.
El jueves nos iremos con las barbas canosas y le preguntaremos a alguien más joven. Quizás sepa.
Me lo mandó un tal Diego (o al menos así se hace llamar). Que lo disfruten:
No quiero detenerme en muchos detalles. Fue hace unos días, por la mañana, hacía frío y los cinco nos reunimos en círculo, parados en el medio del patio, balanceándonos de un lado a otro, tratando de que ese mínimo rayo de sol nos calentara un poco el cuerpo. La charla fue saltando de un tema al otro, como cualquier charla entre amigos. No sé quien fue, pero alguien hizo el comentario sobre el acto en Rosario, sobre la estatua del “Che”, sobre el aniversario. Empezamos a recordar: “¿se acuerdan cuando se cumplieron los treinta años de la muerte? Había marchas por todos lados, todas las paredes que pintamos; ¡cuando vino Clinton! ¿Se acuerdan cuando vino Clinton?”, dijo Marcelo, “como ligamos ese día, había policías por todos lados, nos dieron sin asco. Y nosotros pensado que Clinton estaba asustado por la cantidad de estudiantes que éramos…el tipo seguro que ni se enteró”. Nos empezamos a reír, no sabíamos de qué, o quizás sí, pero nos reíamos. “Ahí fue la primera vez que recibí un balazo de goma” dijo Ariel. Seguimos hablando de otras cosas. Walter, que estaba callado hasta el momento, volvió sacar el tema, pero desde otro punto de vista: “las minas que nos levantábamos después de mostrar las heridas”. Volvimos a reír, y nos acordamos de cuando participábamos de las tomas de las facultades, de cualquiera, no importaba, ese era el lugar ideal para conocer a chicas, a las de psicología, a las de sociología, ahí a la noche, durmiendo en el piso, algo te tenía que tocar…salvo si eras el boludo que le tocaba hacer seguridad. “Bueno”, dijo Christian, “pero también teníamos la idea de cambiar las cosas…” todos nos cagamos de risa, “si, tenés razón… ¡¿pero como levantábamos minas?!” dijo Jorge mientras no paraba de reírse. Otra vez salimos del tema y charlamos sobre las materias, el fútbol y así saltando de tema en tema, y sin dejar de movernos para no congelarnos. Walter volvió sobre el asunto: “¿vieron que salen micros desde la facu? ¿Ustedes van? Nosotros tres salimos el jueves”. Por supuesto que íbamos a Rosario, todos nos estábamos dejando la barba hace un mes. Ariel hizo el comentario sobre las canas de nuestras barbas y nuevamente volvimos a estallar con las risas. Creo que fue Jorge, si fue Jorge, quien lo dijo: “¿vieron que ahora cumplimos con todas las características para morir en un enfrentamiento?” “¡¿Qué?!”, dijimos todos a los gritos. “Y claro, si nos matan de un balazo cumplimos con todos los requisitos para que hablen bien de nosotros. Miren, somos maridos, somos padres, tenemos amigos que dirán que éramos buenas personas…cumplimos con todos los requisitos para ser de los que mueren por una bala perdida o por la demencia de algún policía que te caga a golpes hasta dejarte duro en el piso”. Silencio. Silencio. Silencio. “Para mí, la última piedra que tiré con la gomera fue en la plaza de Mayo, en el 2001, de ahí, no tire más”, dijo Christian. Seguimos hablando de otras cosas, no recuerdo bien el orden, pero casi todo el tiempo era de minas. Después de un rato les conté lo que había visto viajando en tren. En uno de esos viajes que hacia desde Constitución a la La Plata para cursar la carrera, en una pared llegando a la estación de Tolosa, habían escrito el famoso lema “El Che Vive”. A los pocos días, alguien con otro aerosol había escrito por debajo del graffiti: ¿A dónde? Después de ese día, siempre miraba la pared esperando que alguien respondiera la pregunta, pero en cuatro años nadie se había animado, o simplemente no sabía.
El aula que necesitábamos estaba abierta, no fuimos rápido porque el frío era terrible.
El jueves nos iremos con las barbas canosas y le preguntaremos a alguien más joven. Quizás sepa.
Calles híbridas
Buscando paliar la falta de combustible generada en los últimos días por los incontables reclamos municipales, gremiales y rurales, el Gobierno de la Provincia ha modificado, luego de una serie de reuniones con equipos técnicos (que incluyeron a ingenieros, cartoneros, literatos, linyeras y filósofos), el original funcionamiento de las calles.
Desde ahora, los destruidos senderos de asfalto estarán disponibles para el uso tanto de peatones como para el resto de los vehículos que anteriormente circulaban por estos territorios, ahora novedosamente poblados.
Cabal ejemplo de esto, apreciable en la fotografía de reciente factura, son las flamantes hordas de caminantes que, con distintos rumbos y ritmos, circulan por las calles híbridas. En la imagen se puede apreciar a los nuevos soberanos del pavimento esperando que el bermellón del semáforo desaparezca cediendo presencia al verde del avance, mientras efectivos policiales controlan que el tránsito no se desborde.
Desde ahora, los destruidos senderos de asfalto estarán disponibles para el uso tanto de peatones como para el resto de los vehículos que anteriormente circulaban por estos territorios, ahora novedosamente poblados.
Cabal ejemplo de esto, apreciable en la fotografía de reciente factura, son las flamantes hordas de caminantes que, con distintos rumbos y ritmos, circulan por las calles híbridas. En la imagen se puede apreciar a los nuevos soberanos del pavimento esperando que el bermellón del semáforo desaparezca cediendo presencia al verde del avance, mientras efectivos policiales controlan que el tránsito no se desborde.
miércoles, 4 de junio de 2008
Cinco píldoras
Lo que sigue son palabras, sensaciones, surgidas de otras palabras.
Pastillas, en fin.
Abulia:
El sol está por cruzar el horizonte, cediendo paso a la incipiente oscuridad. Cuando el disco solar estaba en su máximo esplendor, José había decidido tenderse en la reposera de su balcón a dejar pasar las horas.
“Después de todo, qué es un dos; solo es una nota más”, pensó.
Y ahí lo vemos, confundido con las sombras.
- - -
Trastorno obsesivo compulsivo:
Suena un teléfono.
- Hola.
- ¿¡Dónde estás!?
- En lo de Sandra amor.
- ¿¡A qué hora volvés!? Es tarde ya.
- Amor, son las siete. En un rato voy para casa.
- Bueno idiota, hacé lo que quieras. ¡Siempre fuera de casa vos!
- - -
Placidez cósmica:
La nieve cae raudamente sobre la espesura del monte, mientras el azote del viento sacude todo en su acompasado vaivén. El frío cubre la tarde con una inmovilidad espectral.
Desde la cabaña, mientras tomo café a escasos metros de un abundante fuego, la tempestad se asoma amable por la ventana.
- - -
Placer sensual:
El farol de la calle, insolente rival de la noche, se deja percibir a través de las cortinas rojas de tu cuarto. El ambiente, lleno a más no poder de un escarlata oscuro y potente, te decora de un modo sutil, envolvente.
Desnuda, extendida boca abajo a un costado de la cama, caminás por un sueño que yo no alcanzo. Me siento tentado a tocarte en un vil y egoísta movimiento que te saque de un mundo al que nunca accederé.
Elijo mirarte, en cambio, y con ese goce me voy perdiendo en mi propio universo onírico.
- - -
Furia incontenida:
Al entrar en mi habitación vi la tétrica escena.
Mirta, apoyada contra una pared, sostenía el cuchillo con el que hace unos minutos había matado a Ludmila, mi Ludmila...
Lo supe; en ese instante lo supe: Era mi turno de matar.
Pastillas, en fin.
Abulia:
El sol está por cruzar el horizonte, cediendo paso a la incipiente oscuridad. Cuando el disco solar estaba en su máximo esplendor, José había decidido tenderse en la reposera de su balcón a dejar pasar las horas.
“Después de todo, qué es un dos; solo es una nota más”, pensó.
Y ahí lo vemos, confundido con las sombras.
- - -
Trastorno obsesivo compulsivo:
Suena un teléfono.
- Hola.
- ¿¡Dónde estás!?
- En lo de Sandra amor.
- ¿¡A qué hora volvés!? Es tarde ya.
- Amor, son las siete. En un rato voy para casa.
- Bueno idiota, hacé lo que quieras. ¡Siempre fuera de casa vos!
- - -
Placidez cósmica:
La nieve cae raudamente sobre la espesura del monte, mientras el azote del viento sacude todo en su acompasado vaivén. El frío cubre la tarde con una inmovilidad espectral.
Desde la cabaña, mientras tomo café a escasos metros de un abundante fuego, la tempestad se asoma amable por la ventana.
- - -
Placer sensual:
El farol de la calle, insolente rival de la noche, se deja percibir a través de las cortinas rojas de tu cuarto. El ambiente, lleno a más no poder de un escarlata oscuro y potente, te decora de un modo sutil, envolvente.
Desnuda, extendida boca abajo a un costado de la cama, caminás por un sueño que yo no alcanzo. Me siento tentado a tocarte en un vil y egoísta movimiento que te saque de un mundo al que nunca accederé.
Elijo mirarte, en cambio, y con ese goce me voy perdiendo en mi propio universo onírico.
- - -
Furia incontenida:
Al entrar en mi habitación vi la tétrica escena.
Mirta, apoyada contra una pared, sostenía el cuchillo con el que hace unos minutos había matado a Ludmila, mi Ludmila...
Lo supe; en ese instante lo supe: Era mi turno de matar.
domingo, 1 de junio de 2008
El mesiánico y anacrónico ladrido
A continuación, un texto extraído de Prensa Red.
Lean, es tan necesario…
El ex jefe del III Cuerpo de Ejército asumió ser el “único responsable” de las acciones de sus subalternos y desplegó su gastada teoría de que las fuerzas armadas salvaron a la Patria del "terrorismo subversivo". Y hasta se dio el lujo de citar a Lenín y Gramsci para denunciar las nuevas estrategias de la "infiltración marxista".
Por Alexis Oliva
Por si a alguien le quedaban dudas de que no se está juzgando a un abuelo indefenso, Luciano Benjamín Menéndez habló. Con voz firme, apenas mellada en su timbre por su provecta edad, pronunció su discurso de siempre, levemente retocado y adaptado para el tardío trance judicial que atraviesa junto a siete de los que consideró "dignos subordinados", que luego de la alocución de su jefe aprovecharon para declararse inocentes.
Al decir lo de siempre, Menéndez pareció rejuvenecer y parecerse en algo al otrora omnipotente jefe del III Cuerpo de Ejército que supo encabezar lo que volvió a definir como una cruzada "contrarrevolucionaria", en la que resultó derrotado "el terrorismo subversivo que desafió a la República".
Invitado a declarar por Jaime Díaz Gavier, presidente de un Tribunal Federal que el reo volvió a desconocer, Menéndez admitió ser el "único responsable" de la política represiva de la que los secuestros, torturas y asesinatos de Humberto Brandalisis, Hilda Flora Palacios, Carlos Lajas y Raúl Cardozo son sólo una muestra.
"Yo como comandante fui el único responsable de la actuación de mi tropa. A mis dignos subordinados de entonces no se les puede imputar nada ni privarlos de la libertad como injustamente se ha hecho", fueron las palabras con que formuló la teoría de la "obediencia debida".
Pero Menéndez fue más allá, al actualizar su hipótesis conspirativa: "Se da la paradoja grotesca de que los terroristas subversivos que asaltaron la República en los años 60 y 70 para instalar sus grises organizaciones marxistas de importación, ahora se refugian y usan esas mismas instituciones democráticas para juzgarnos".
Hasta se tomó la libertad de citar autores impensados en su biblioteca, como Vladimir Illich Lenín. A él atribuyó una frase con que intentó ilustrar la estrategia de su enemigo izquierdista luego de su derrota militar: "La paz es la continuación de la guerra por otros métodos". Pero también apeló a otro continuador de la doctrina de Carlos Marx, el italiano Antonio Gramsci, para señalar que "ahora usan la táctica gramsciana de infiltrarse en las instituciones para atacar a la República desde adentro".
"No quiero ser cómplice de este doble crimen", leyó solemne. Y por eso insistió en que se niega a declarar "ante nadie que no sea mi juez natural", es decir, la justicia militar que solía impartir el Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas.
Por último, reprochó que la Argentina es "el único país donde compatriotas juzgan a sus soldados victoriosos" y cuestionó a la Justicia por "facilitar a los marxistas el uso de los medios constitucionales para hundirnos en el abismo de la ilegalidad", para "regocijo y éxito de quienes quieren reemplazarlos por su burdo remedo comunista".
A la palabra de Menéndez sucedieron unos segundos de silencio en los que el auditorio se esforzaba por regresar al presente, como después de haber sido secuestrados por una máquina del tiempo y llevados ida y vuelta al oscuro planeta de la "Seguridad Nacional".
Algunos seguidores atentos de anteriores proclamas del represor, hurgaban en su memoria para intentar detectar elementos nuevos en su discurso. Pero no encontraron casi nada.
Extraído de: http://www.prensared.com.ar/
Lean, es tan necesario…
El ex jefe del III Cuerpo de Ejército asumió ser el “único responsable” de las acciones de sus subalternos y desplegó su gastada teoría de que las fuerzas armadas salvaron a la Patria del "terrorismo subversivo". Y hasta se dio el lujo de citar a Lenín y Gramsci para denunciar las nuevas estrategias de la "infiltración marxista".
Por Alexis Oliva
Por si a alguien le quedaban dudas de que no se está juzgando a un abuelo indefenso, Luciano Benjamín Menéndez habló. Con voz firme, apenas mellada en su timbre por su provecta edad, pronunció su discurso de siempre, levemente retocado y adaptado para el tardío trance judicial que atraviesa junto a siete de los que consideró "dignos subordinados", que luego de la alocución de su jefe aprovecharon para declararse inocentes.
Al decir lo de siempre, Menéndez pareció rejuvenecer y parecerse en algo al otrora omnipotente jefe del III Cuerpo de Ejército que supo encabezar lo que volvió a definir como una cruzada "contrarrevolucionaria", en la que resultó derrotado "el terrorismo subversivo que desafió a la República".
Invitado a declarar por Jaime Díaz Gavier, presidente de un Tribunal Federal que el reo volvió a desconocer, Menéndez admitió ser el "único responsable" de la política represiva de la que los secuestros, torturas y asesinatos de Humberto Brandalisis, Hilda Flora Palacios, Carlos Lajas y Raúl Cardozo son sólo una muestra.
"Yo como comandante fui el único responsable de la actuación de mi tropa. A mis dignos subordinados de entonces no se les puede imputar nada ni privarlos de la libertad como injustamente se ha hecho", fueron las palabras con que formuló la teoría de la "obediencia debida".
Pero Menéndez fue más allá, al actualizar su hipótesis conspirativa: "Se da la paradoja grotesca de que los terroristas subversivos que asaltaron la República en los años 60 y 70 para instalar sus grises organizaciones marxistas de importación, ahora se refugian y usan esas mismas instituciones democráticas para juzgarnos".
Hasta se tomó la libertad de citar autores impensados en su biblioteca, como Vladimir Illich Lenín. A él atribuyó una frase con que intentó ilustrar la estrategia de su enemigo izquierdista luego de su derrota militar: "La paz es la continuación de la guerra por otros métodos". Pero también apeló a otro continuador de la doctrina de Carlos Marx, el italiano Antonio Gramsci, para señalar que "ahora usan la táctica gramsciana de infiltrarse en las instituciones para atacar a la República desde adentro".
"No quiero ser cómplice de este doble crimen", leyó solemne. Y por eso insistió en que se niega a declarar "ante nadie que no sea mi juez natural", es decir, la justicia militar que solía impartir el Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas.
Por último, reprochó que la Argentina es "el único país donde compatriotas juzgan a sus soldados victoriosos" y cuestionó a la Justicia por "facilitar a los marxistas el uso de los medios constitucionales para hundirnos en el abismo de la ilegalidad", para "regocijo y éxito de quienes quieren reemplazarlos por su burdo remedo comunista".
A la palabra de Menéndez sucedieron unos segundos de silencio en los que el auditorio se esforzaba por regresar al presente, como después de haber sido secuestrados por una máquina del tiempo y llevados ida y vuelta al oscuro planeta de la "Seguridad Nacional".
Algunos seguidores atentos de anteriores proclamas del represor, hurgaban en su memoria para intentar detectar elementos nuevos en su discurso. Pero no encontraron casi nada.
Extraído de: http://www.prensared.com.ar/
Ilustración: Hermenegildo Sabat
lunes, 26 de mayo de 2008
Quién diría
Estamos en Haedo y corre el año 1.908.
Álgido picado está por jugarse en la calurosa siesta.
Se realiza el correspondiente pan y queso y, una vez definido, Eleuterio empieza a elegir. Poco a poco una nutrida fila de niños se va reduciendo hasta que queda solo uno, el jugador impar de una espontánea convocatoria.
Los seleccionadores de turno no quieren al sobrante en su equipo, aunque finalmente él termina yendo del lado de Felipe, quien lo recibe entre rezongos, quejas, y con la vergonzante orden de defender el par de maletas que, separadas entre sí por diez pasos, forman un arco.
Disconforme, rígido y absolutamente reacio a la cruel decisión, nuestro protagonista parte, enculado, a su casa.
Quién diría, Jorgito Luis, quién diría que esa tarde terminarías la traducción que habías comenzado hace unos días y nunca más volverías a jugar con ellos.
Dejalos, dejalos que se queden con su fútbol. Ya encontrarás algo mejor que hacer.
Álgido picado está por jugarse en la calurosa siesta.
Se realiza el correspondiente pan y queso y, una vez definido, Eleuterio empieza a elegir. Poco a poco una nutrida fila de niños se va reduciendo hasta que queda solo uno, el jugador impar de una espontánea convocatoria.
Los seleccionadores de turno no quieren al sobrante en su equipo, aunque finalmente él termina yendo del lado de Felipe, quien lo recibe entre rezongos, quejas, y con la vergonzante orden de defender el par de maletas que, separadas entre sí por diez pasos, forman un arco.
Disconforme, rígido y absolutamente reacio a la cruel decisión, nuestro protagonista parte, enculado, a su casa.
Quién diría, Jorgito Luis, quién diría que esa tarde terminarías la traducción que habías comenzado hace unos días y nunca más volverías a jugar con ellos.
Dejalos, dejalos que se queden con su fútbol. Ya encontrarás algo mejor que hacer.
domingo, 18 de mayo de 2008
¡Guachau!
Guan, chu, fri... De ahí no me sacaban y estaba conforme, tranquilo.
Con esto de que el inglés sirve para todo el que quiera “ser alguien”, unos meses atrás mis viejos decidieron que comenzaría a estudiar. Y ahí me tenían, cada tanto, repasando los jelou, los gudbai, o los jauariu.
Estaban buenas las clases, pero el tema es que mucho no cazaba.
Un día, como para que se den una idea, nos pidieron que hagamos un glosario con las palabras que no entendíamos de un texto. Creo que eran dos páginas, pero estuve como tres horas con el diccionario.
La cuestión es que mucha bola no le daba a la cosa.
Hasta anoche.
Caminaba por la calle en dirección a lo del Pocho. Íbamos a tomar unas cervecitas, algo tranqui, y pegaba la vuelta.
De repente, mientras cruzaba la avenida sentí que gritaban atrás mío. Fuerte gritaban. Me doy vuelta y veo que era un flaco alto, que me miraba y gritaba ¡guachau, guachau! No entendí mucho.
Hasta que recobré el conocimiento, ya en el hospital. Dicen que el auto era un gol de los viejos, esos cuadraditos.
Hace un rato, repasando los minutos previos al choque con mi hermanita, ella me dio una nueva lección.
“Watch out, Nico, quiere decir cuidado”, dijo la insolente.
Con esto de que el inglés sirve para todo el que quiera “ser alguien”, unos meses atrás mis viejos decidieron que comenzaría a estudiar. Y ahí me tenían, cada tanto, repasando los jelou, los gudbai, o los jauariu.
Estaban buenas las clases, pero el tema es que mucho no cazaba.
Un día, como para que se den una idea, nos pidieron que hagamos un glosario con las palabras que no entendíamos de un texto. Creo que eran dos páginas, pero estuve como tres horas con el diccionario.
La cuestión es que mucha bola no le daba a la cosa.
Hasta anoche.
Caminaba por la calle en dirección a lo del Pocho. Íbamos a tomar unas cervecitas, algo tranqui, y pegaba la vuelta.
De repente, mientras cruzaba la avenida sentí que gritaban atrás mío. Fuerte gritaban. Me doy vuelta y veo que era un flaco alto, que me miraba y gritaba ¡guachau, guachau! No entendí mucho.
Hasta que recobré el conocimiento, ya en el hospital. Dicen que el auto era un gol de los viejos, esos cuadraditos.
Hace un rato, repasando los minutos previos al choque con mi hermanita, ella me dio una nueva lección.
“Watch out, Nico, quiere decir cuidado”, dijo la insolente.
domingo, 11 de mayo de 2008
Ruptura
Triste, abatida, su mirada trataba de encontrar el horizonte entre un tenue arroyo de lágrimas. El sendero que se había formado en su cara iba a perderse en el suelo o, a lo sumo, en la patética tela húmeda que minutos atrás podía ser distinguida como un pañuelo.
Rocío no podía retener el débil llanto, y los constantes suspiros no hacían más que entristecer a su adorado can, único testigo de aquella cruel escena.
La mujer, bella mujer, rubia alta esbelta bella mujer, se levantó del profundo sillón donde se encontraba y caminó, con lentos e imprecisos pasos, hacia el amplio balcón de su habitación.
La tarde aún podía palparse en la incipiente penumbra.
Apoyada en el frío hierro que sostenía su cuerpo ante el vacío, Rocío miró sus manos y soltó un gemido corto y agudo, seguido de un nuevo brote del salado caudal.
“¿Cómo?”, se preguntaba entre sollozos cada vez más intensos.
“¿¡Cómo carajo pude haberme roto una uña!?”
Rocío no podía retener el débil llanto, y los constantes suspiros no hacían más que entristecer a su adorado can, único testigo de aquella cruel escena.
La mujer, bella mujer, rubia alta esbelta bella mujer, se levantó del profundo sillón donde se encontraba y caminó, con lentos e imprecisos pasos, hacia el amplio balcón de su habitación.
La tarde aún podía palparse en la incipiente penumbra.
Apoyada en el frío hierro que sostenía su cuerpo ante el vacío, Rocío miró sus manos y soltó un gemido corto y agudo, seguido de un nuevo brote del salado caudal.
“¿Cómo?”, se preguntaba entre sollozos cada vez más intensos.
“¿¡Cómo carajo pude haberme roto una uña!?”
domingo, 4 de mayo de 2008
Huesos
Radiografías varias indicaron que sus huesos estaban mal.
Claro, después de tantos años de trabajo era lógico que el cuerpo deje relucir el constante achaque; martirio inevitable y diario al que era sometido.
Luego de enterarse de semejante estropeo, Filomeno Arzuaga decidió retirarse de su empleo.
Definitivamente, el transporte de cemento no era lo suyo. No, al menos, a los 98 años.
Claro, después de tantos años de trabajo era lógico que el cuerpo deje relucir el constante achaque; martirio inevitable y diario al que era sometido.
Luego de enterarse de semejante estropeo, Filomeno Arzuaga decidió retirarse de su empleo.
Definitivamente, el transporte de cemento no era lo suyo. No, al menos, a los 98 años.
miércoles, 16 de abril de 2008
El Olimpo de la controversia
Con el inicio de los Juegos Olímpicos de Pekín cada vez más cerca, las polémicas a nivel político y deportivo no dejan de sucederse. Es conocido el reclamo de los militantes pro Tibet para pedir por el fin de las constantes represiones y desigualdades que el pueblo del sur asiático está sufriendo. En el plano deportivo, además, la avalancha de récords mundiales rotos en las competencias preparatorias de natación es otra incógnita que no deja de crecer, con cada nueva marca hecha añicos gracias a la ayuda del último traje de baño de la empresa Speedo.
A esto habrá que agregarle la última declaración del presidente de la FIFA, Joseph Blatter, quien días atrás descartó la posibilidad de una apertura del torneo de fútbol olímpico a todos los jugadores.
De esta manera, el mandamás suizo cerró puertas y ventanas a los anhelos de Jacques Rogge, presidente del Comité Olímpico Internacional (COI), quien afirmó que esperaba que “todas las estrellas del fútbol participen (algún día) en los Juegos Olímpicos”.
“Cuando el fútbol envía a sus mejores jugadores de menos de 23 años, tenemos un torneo de buena calidad”, afirmó Blatter, quien, por si no quedaron claros los tantos, especificó: “la tendencia en la FIFA es que nos alejemos de los Sub 23 y que participen selecciones juveniles”.
La postura es evidente. Si se permite la participación irrestricta de todos los jugadores profesionales, surgen como mínimo, dos inconvenientes de suma importancia. Por un lado, los clubes más grandes de Europa, que ya están poniendo trabas para ceder por ejemplo, a Sergio Agüero o Martín Demichelis, pondrían el grito en el cielo por el apretado calendario que deberían cumplir. Los reclamos, claro está, recaerán sobre la asociación madre del fútbol mundial, y con la serie de conflictos que eso generaría, es preferible evitar de antemano resquebrajamientos que se generarían en las diversas alianzas tejidas alrededor de FIFA.
Por otra parte, la reticencia de Blatter puede ser explicada por una razón más sencilla: en caso de que las principales figuras mundiales animen el fútbol olímpico, se generarían cientos de millones de dólares por publicidad y derechos televisivos de los cuales la FIFA no recibiría ni una pizca, además de que esta suerte de “segundo mundial” opacaría la actual Copa del Mundo.
El motivo de este tipo de conductas, una vez más, puede encontrarse en las cuentas bancarias de unos pocos popes. Como si les hiciera falta.
Publicado el 17/04/08 por Juan Uriarte en Hoy Día Córdoba
A esto habrá que agregarle la última declaración del presidente de la FIFA, Joseph Blatter, quien días atrás descartó la posibilidad de una apertura del torneo de fútbol olímpico a todos los jugadores.
De esta manera, el mandamás suizo cerró puertas y ventanas a los anhelos de Jacques Rogge, presidente del Comité Olímpico Internacional (COI), quien afirmó que esperaba que “todas las estrellas del fútbol participen (algún día) en los Juegos Olímpicos”.
“Cuando el fútbol envía a sus mejores jugadores de menos de 23 años, tenemos un torneo de buena calidad”, afirmó Blatter, quien, por si no quedaron claros los tantos, especificó: “la tendencia en la FIFA es que nos alejemos de los Sub 23 y que participen selecciones juveniles”.
La postura es evidente. Si se permite la participación irrestricta de todos los jugadores profesionales, surgen como mínimo, dos inconvenientes de suma importancia. Por un lado, los clubes más grandes de Europa, que ya están poniendo trabas para ceder por ejemplo, a Sergio Agüero o Martín Demichelis, pondrían el grito en el cielo por el apretado calendario que deberían cumplir. Los reclamos, claro está, recaerán sobre la asociación madre del fútbol mundial, y con la serie de conflictos que eso generaría, es preferible evitar de antemano resquebrajamientos que se generarían en las diversas alianzas tejidas alrededor de FIFA.
Por otra parte, la reticencia de Blatter puede ser explicada por una razón más sencilla: en caso de que las principales figuras mundiales animen el fútbol olímpico, se generarían cientos de millones de dólares por publicidad y derechos televisivos de los cuales la FIFA no recibiría ni una pizca, además de que esta suerte de “segundo mundial” opacaría la actual Copa del Mundo.
El motivo de este tipo de conductas, una vez más, puede encontrarse en las cuentas bancarias de unos pocos popes. Como si les hiciera falta.
Publicado el 17/04/08 por Juan Uriarte en Hoy Día Córdoba
martes, 15 de abril de 2008
Sin arrepentimiento
Ahora vienen acá y me preguntan por qué lo hice, si estoy arrepentido y ese tipo de cosas.
¡Está claro que no!
Entiendo que a casi un año de aquello toda una bandada de paparazzis vaya a venir a entrevistarme, fotografiarme y tratar de sacarle algo nuevo al tema. Pero la verdad es que no. No hay nada más.
Arrepentido, lo dije una y mil veces, no estoy. Y la condena ya me la dieron, así que no vayan a creer que me voy a mostrar acongojado ahora si no lo estuve cuando fue el juicio.
Esto ya se los dije pero lo tiro de nuevo a ver si alguien no lo leyó todavía. Lo que hice fue un bien para la cultura, un bien para el país y no, no me arrepiento.
No me arrepiento de haber asesinado a Jorge Rial.
¡Está claro que no!
Entiendo que a casi un año de aquello toda una bandada de paparazzis vaya a venir a entrevistarme, fotografiarme y tratar de sacarle algo nuevo al tema. Pero la verdad es que no. No hay nada más.
Arrepentido, lo dije una y mil veces, no estoy. Y la condena ya me la dieron, así que no vayan a creer que me voy a mostrar acongojado ahora si no lo estuve cuando fue el juicio.
Esto ya se los dije pero lo tiro de nuevo a ver si alguien no lo leyó todavía. Lo que hice fue un bien para la cultura, un bien para el país y no, no me arrepiento.
No me arrepiento de haber asesinado a Jorge Rial.
miércoles, 9 de abril de 2008
El investigador
Todo estaba oscuro. Las luces de la mañana tardaban en llegar mientras yo, libreta en mano, esperaba que Luis se fuera a trabajar.
Tenía la misión de vigilarlo desde hace tres días y por esas horas, con el sopor de la noche dándome pequeñas bofetadas a cada minuto, decidí salir del arbusto detrás del cual estaba agazapado y me senté en la vereda a fumar un cigarrillo.
La primera pitada fue sensacional, pero la segunda, con las ansias de tabaco aminoradas, era sublime.
Cerré los ojos, me estiré hacia atrás apoyando las manos en los mosaicos, y comencé sacar el humo por mi nariz.
El éxtasis transcurría cuando escuché una voz familiar.
-Pablito, ¿sos vos? No andarás de nuevo con eso de las investigaciones, ¿no? Ya te dije que la hermana del chino no anda conmigo. Dale Pablo, dejate de joder y andá a dormir...
Tenía la misión de vigilarlo desde hace tres días y por esas horas, con el sopor de la noche dándome pequeñas bofetadas a cada minuto, decidí salir del arbusto detrás del cual estaba agazapado y me senté en la vereda a fumar un cigarrillo.
La primera pitada fue sensacional, pero la segunda, con las ansias de tabaco aminoradas, era sublime.
Cerré los ojos, me estiré hacia atrás apoyando las manos en los mosaicos, y comencé sacar el humo por mi nariz.
El éxtasis transcurría cuando escuché una voz familiar.
-Pablito, ¿sos vos? No andarás de nuevo con eso de las investigaciones, ¿no? Ya te dije que la hermana del chino no anda conmigo. Dale Pablo, dejate de joder y andá a dormir...
jueves, 14 de febrero de 2008
Comer tierra
A continuación se reproducirá un texto extraído de Yahoo.com.
No es ficción, no es fábula. Es real.
Pensemos...
Como los precios de los alimentos están a la alza en todo el mundo, muchas de las personas más pobres del mundo no se pueden dar el lujo de comer siquiera un plato de arroz al día. Así que adoptan medidas desesperadas para alimentarse. Charlene, una madre soltera de 16 años con un hijo de un mes de nacido, ha comenzado a utilizar el remedio tradicional haitiano para saciar su hambre: cocer galletas hechas con tierra seca y amarillenta de la meseta central del país.
El lodo ha sido muy apreciado desde hace mucho por las mujeres embarazadas y por los niños de este país como fuente de calcio y antiácidos. Sin embargo, en lugares como la villa miserable de Cite Soleil, ubicada junto al mar, donde Charlene comparte una casa de dos habitaciones con su hijo, cinco hermanos y dos padres desempleados, las galletas confeccionadas con tierra, sal y aceite vegetal se han convertido en una fuente regular de sustento.
“Cuando mi madre no cocina nada, tengo que comerlas tres veces al día”, comenta Charlene. Su pequeño hijo Wilson, recostado en su regazo, lucía más delgado que los 2,8 kilos que pesó el día que nació el mes pasado.
Pese a que le agrada el sabor salado y grasoso de las galletas, Charlene indicó que éstas también le producen dolores estomacales. "Cuando amamanto, el bebé a veces también tiene cólicos", agregó.
La Agencia Mundial de Alimentos de las Naciones Unidas está cada vez más preocupada por los precios de los alimentos, que se han incrementado notablemente debido a una serie de factores.
El cambio climático ha provocado más tormentas que destruyen cosechas, y el incremento en los precios del petróleo significa mayores costos en fertilizantes y en transportes.
Una mayor demanda de biocombustibles significa menos tierras dedicadas a las cosechas y esa disminución de oferta eleva los precios.
Al referirse a los temores por el hambre, la Organización para la Agricultura y la Alimentación (FAO) de las Naciones Unidas ha iniciado un plan para combatir la elevación de los precios de los alimentos con la distribución de estampillas para que los agricultores puedan comprar semillas y fertilizantes en las naciones pobres.
En el Caribe, las inundaciones y los daños a la agricultura provocados por la temporada de huracanes del 2007 obligó a la FAO a declarar el estado de emergencia para Haití y para otras naciones de la región.
Los precios de los alimentos han aumentado hasta en un 40% en algunas de las islas, y los líderes caribeños llevaron a cabo una reunión de emergencia en diciembre para discutir la reducción en impuestos a los alimentos y crear grandes zonas agrícolas regionales para reducir su dependencia a las importaciones.
En Haití, los precios altos y la escasez de alimentos amenazan la frágil estabilidad del país, por lo que las galletas de lodo son una de las muy escasas opciones que tienen los más pobres para salvarse del hambre.
Algunos mercaderes trasladan la tierra desde la población central de Hinche a un mercado del barrio miserable de La Salines en Puerto Príncipe. Dentro del mercado, cargado con mesas plagadas de moscas donde se comercian la carne y las verduras, las mujeres más pobres compran la tierra y luego la procesan para convertirla en galletas de tierra en lugares como Fort Dimanche, otro barrio miserable cercano.
Al transportar cubetas de tierra y agua por escaleras hasta el techo de la ex prisión de donde el barrio ha tomado su nombre, las mujeres desbaratan las piedras y los terrones sobre una sábana, y luego mezclan la tierra con aceite y sal, le dan forma de galletas a la pasta de lodo y la dejan secar bajo el ardiente sol caribeño.
Las galletas, ya terminadas, son trasladadas en cubetas hasta los mercados o se venden en las calles.
Marie Noel, de 40 años, vende las galletas en el mercado para mantener a sus siete hijos. Su familia también las consume.
No es ficción, no es fábula. Es real.
Pensemos...
Como los precios de los alimentos están a la alza en todo el mundo, muchas de las personas más pobres del mundo no se pueden dar el lujo de comer siquiera un plato de arroz al día. Así que adoptan medidas desesperadas para alimentarse. Charlene, una madre soltera de 16 años con un hijo de un mes de nacido, ha comenzado a utilizar el remedio tradicional haitiano para saciar su hambre: cocer galletas hechas con tierra seca y amarillenta de la meseta central del país.
El lodo ha sido muy apreciado desde hace mucho por las mujeres embarazadas y por los niños de este país como fuente de calcio y antiácidos. Sin embargo, en lugares como la villa miserable de Cite Soleil, ubicada junto al mar, donde Charlene comparte una casa de dos habitaciones con su hijo, cinco hermanos y dos padres desempleados, las galletas confeccionadas con tierra, sal y aceite vegetal se han convertido en una fuente regular de sustento.
“Cuando mi madre no cocina nada, tengo que comerlas tres veces al día”, comenta Charlene. Su pequeño hijo Wilson, recostado en su regazo, lucía más delgado que los 2,8 kilos que pesó el día que nació el mes pasado.
Pese a que le agrada el sabor salado y grasoso de las galletas, Charlene indicó que éstas también le producen dolores estomacales. "Cuando amamanto, el bebé a veces también tiene cólicos", agregó.
La Agencia Mundial de Alimentos de las Naciones Unidas está cada vez más preocupada por los precios de los alimentos, que se han incrementado notablemente debido a una serie de factores.
El cambio climático ha provocado más tormentas que destruyen cosechas, y el incremento en los precios del petróleo significa mayores costos en fertilizantes y en transportes.
Una mayor demanda de biocombustibles significa menos tierras dedicadas a las cosechas y esa disminución de oferta eleva los precios.
Al referirse a los temores por el hambre, la Organización para la Agricultura y la Alimentación (FAO) de las Naciones Unidas ha iniciado un plan para combatir la elevación de los precios de los alimentos con la distribución de estampillas para que los agricultores puedan comprar semillas y fertilizantes en las naciones pobres.
En el Caribe, las inundaciones y los daños a la agricultura provocados por la temporada de huracanes del 2007 obligó a la FAO a declarar el estado de emergencia para Haití y para otras naciones de la región.
Los precios de los alimentos han aumentado hasta en un 40% en algunas de las islas, y los líderes caribeños llevaron a cabo una reunión de emergencia en diciembre para discutir la reducción en impuestos a los alimentos y crear grandes zonas agrícolas regionales para reducir su dependencia a las importaciones.
En Haití, los precios altos y la escasez de alimentos amenazan la frágil estabilidad del país, por lo que las galletas de lodo son una de las muy escasas opciones que tienen los más pobres para salvarse del hambre.
Algunos mercaderes trasladan la tierra desde la población central de Hinche a un mercado del barrio miserable de La Salines en Puerto Príncipe. Dentro del mercado, cargado con mesas plagadas de moscas donde se comercian la carne y las verduras, las mujeres más pobres compran la tierra y luego la procesan para convertirla en galletas de tierra en lugares como Fort Dimanche, otro barrio miserable cercano.
Al transportar cubetas de tierra y agua por escaleras hasta el techo de la ex prisión de donde el barrio ha tomado su nombre, las mujeres desbaratan las piedras y los terrones sobre una sábana, y luego mezclan la tierra con aceite y sal, le dan forma de galletas a la pasta de lodo y la dejan secar bajo el ardiente sol caribeño.
Las galletas, ya terminadas, son trasladadas en cubetas hasta los mercados o se venden en las calles.
Marie Noel, de 40 años, vende las galletas en el mercado para mantener a sus siete hijos. Su familia también las consume.
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