Un fuego constante abraza la olla repleta de agua, burbujeante en su irritado hervor.
Los cuerpos caen desprolijos en el cuenco de hierro y se amontonan, hasta que su propio peso hace que se desparramen y comiencen a cocinarse. Lentamente surgen desde el fondo y vuelven a perderse en los abismos amarronados del líquido, que de a poco se va espesando con los pequeños trozos que se despedazan por la acción del constante calor y borboteo del agua cada vez más caldeada. El movimiento parece planificado: allí donde una nueva pieza deja ver su progresiva modificación, otra se escabulle hacia las profundidades del menjurje que humea sin descanso.
Los cuerpos se ablandan, cediendo su estructura al efímero infierno encargado de prepararlos para la pronta degustación.
Aceite, sal, pimienta, comino y pimentón se confabulan, inconscientes de su preciado servicio, para otorgar gusto a aquel informe cúmulo de pedazos.
No hace mucho tiempo lo que ahora se destruye ante el hervor estaba plagado de vida, fulgurante en su existir en el orbe. Su presente es muy distinto; irreversible su devastación.
Una sentencia, corta y simple, signará su destino, cerrará para siempre el ciclo vital: ¡La sopa está lista!
lunes, 7 de julio de 2008
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1 comentario:
aaahh! el puchero virtual...
no te olvides del caracú
lo sacas sobre un pancito con mucho cuidado, sazonas son salcita y aumm! engullis un rico bocado...
te invito...en setiembre hay salida a al manchao.
saludos!
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