domingo, 22 de junio de 2008

Un paraíso inesperado




Majestuoso al costado de una calle de tierra, El Paraíso, último hogar del escritor Manuel Mujica Láinez, se mostró más impresionante de lo que esperábamos. Habíamos llegado a Cruz Chica, pequeño paraje de La Cumbre, con la expectativa de conocer una casa-museo como tantas otras, con algún objeto interesante, alguna anécdota curiosa. Nos encontramos, en su lugar, con un tesoro cultural invalorable no sólo para Córdoba, sino para toda Argentina. La antigua casa de Manucho, o lo que es lo mismo, el actual Museo Mujica Láinez, nos sorprendió y dejó perplejos con su gigantesco caudal de historia.

La casa

La construcción, una clásica residencia de estilo colonial de principios del siglo XX, fue adquirida por el escritor en el año 1968, para instalarse de manera definitiva al año siguiente junto a su esposa, Ana de Alvear. Allí, en el dormitorio del segundo piso –decorado con cuadros de Suhurt, Soldi y Spilimbergo–, moriría Mujica Láinez, el 21 de abril de 1984.

Apenas tres años más tarde, en julio de 1987, la casa se abrió al público tal como estaba en la vida del escritor, para el deleite de centenares de amantes de la literatura o de la vida de este singular y polifacético personaje. Abría sus puertas un enorme cofre lleno de creatividad, de arte, de recuerdos, de vida.

Ya el mismo Manucho lo había expresado: “he acumulado, con algo de nostálgico, algo de coleccionista y mucho de urraca, los testimonios de una larga permanencia en el mundo... las huellas de mis desasosiegos de escritor, de periodista, de viajero... también de antecesores de mi mujer, personajes que atañen a la historia del país, de su política, de su literatura”.

El tesoro

Ese inmenso cúmulo de objetos puede observarse ya en el amplio jardín, cuando nos cruzamos con las curiosísimas lápidas de Cecil, su perro, y Balzac, su gato, o con una estatua de piedra que representa a Aquiles, unos metros antes de la puerta por donde Alejandra, la guía del lugar, nos condujo para adentrarnos.

En este punto, cuando entramos al comedor decorado con muebles que ostentan entre dos y cuatro siglos de lustrosa vida, es cuando tomamos noción de estar en un universo aparte, mientras nuestra guía avanza señalando cuadros y muebles, recordando fechas y nombres; recapitulación necesaria y asombrosa que rescataremos, acotada, en las líneas que siguen.

Luego de pasar por un pasillo lleno de fotos de presentaciones y recortes de diarios, entramos al Salón de los Retratos, que contiene, como su nombre lo anticipa, más de 80 retratos de antepasados familiares. Florencio Varela, Juan de Garay, e incluso la madre de Manuel, Lucía Láinez Varela, miran desde las paredes de esta gran habitación que cuenta, además, con un pequeño escritorio de campaña que perteneció al mismísimo José de San Martín.

Avanzamos hasta la sala de té, un pequeño cuarto abarrotado de antiguos daguerrotipos, numerosos premios y distinciones donde se repiten las siglas MML, además de varios libros y fotos dedicadas. Eduardo Mallea, Silvina y Victoria Ocampo, Alberto Gerchunoff, Gabriela Mistral o Jorge Luis Borges son algunos de los que dedicaron sus fotografías o libros “para Manucho, con afecto”.

Libros, retratos y dedicatorias se renuevan en el cuarto contiguo, donde se puede ver un retrato de Carlos Alonso o una pequeña acuarela de Xul Solar. Las obras completas de Mujica Láinez están en este cuarto, pegado a la sala que, con solo contemplar, hace que el viaje hasta La Cumbre valga la pena: la biblioteca.

¿Qué es lo que puede hallarse ahí? Una Historia de la magia en francés, por ejemplo; ediciones gigantescas con grabados de Alberti; literatura europea y americana desperdigada por los anaqueles que cubren las paredes de piso a techo. Más, muchos más volúmenes pueblan esta habitación llena de mundos.

El territorio del final

Salimos del Parnaso literario con un hondo suspiro, pero cuando todavía dudamos en pedir regresar por unos segundos, Alejandra nos condujo al segundo piso, donde están el pequeño estudio, un baño y la habitación del escritor. Inesperadamente, la guía partió alegando que debía iniciar un nuevo recorrido en pocos minutos.

Entonces, un nuevo deleite llenó nuestros ojos. Sobre una mesita de madera reposaba una vieja WoodStock, la máquina de escribir con la que el autor de Bomarzo pasaba sus manuscritos en las tardes serranas. Impecable, tiene ese aire doblemente quieto que tienen las cosas móviles cuando no se mueven.

Los minutos se esfumaron ante aquella pequeña recibidora de tecleos memorables. Después, solo quedaba el dormitorio. No queríamos entrar porque allí finalizaba el recorrido, y acaso también porque en ese lecho, todavía acompañado de los últimos libros que Manuel Mujica Láinez estuvo leyendo, fue el lugar donde la muerte acrecentó su cuenta perpetua.

Paradojas de este mundo, salimos del antiguo caserón renovados, llenos de vitalidad y ansias de saber más sobre el escritor, su obra y su vida. Con ansias, también, de escribir.

jueves, 12 de junio de 2008

Conversaciones

Señoritas, señoras y señores, a continuación les transmito, en forma totalmente gratuita, este texto.
Me lo mandó un tal Diego (o al menos así se hace llamar). Que lo disfruten:

No quiero detenerme en muchos detalles. Fue hace unos días, por la mañana, hacía frío y los cinco nos reunimos en círculo, parados en el medio del patio, balanceándonos de un lado a otro, tratando de que ese mínimo rayo de sol nos calentara un poco el cuerpo. La charla fue saltando de un tema al otro, como cualquier charla entre amigos. No sé quien fue, pero alguien hizo el comentario sobre el acto en Rosario, sobre la estatua del “Che”, sobre el aniversario. Empezamos a recordar: “¿se acuerdan cuando se cumplieron los treinta años de la muerte? Había marchas por todos lados, todas las paredes que pintamos; ¡cuando vino Clinton! ¿Se acuerdan cuando vino Clinton?”, dijo Marcelo, “como ligamos ese día, había policías por todos lados, nos dieron sin asco. Y nosotros pensado que Clinton estaba asustado por la cantidad de estudiantes que éramos…el tipo seguro que ni se enteró”. Nos empezamos a reír, no sabíamos de qué, o quizás sí, pero nos reíamos. “Ahí fue la primera vez que recibí un balazo de goma” dijo Ariel. Seguimos hablando de otras cosas. Walter, que estaba callado hasta el momento, volvió sacar el tema, pero desde otro punto de vista: “las minas que nos levantábamos después de mostrar las heridas”. Volvimos a reír, y nos acordamos de cuando participábamos de las tomas de las facultades, de cualquiera, no importaba, ese era el lugar ideal para conocer a chicas, a las de psicología, a las de sociología, ahí a la noche, durmiendo en el piso, algo te tenía que tocar…salvo si eras el boludo que le tocaba hacer seguridad. “Bueno”, dijo Christian, “pero también teníamos la idea de cambiar las cosas…” todos nos cagamos de risa, “si, tenés razón… ¡¿pero como levantábamos minas?!” dijo Jorge mientras no paraba de reírse. Otra vez salimos del tema y charlamos sobre las materias, el fútbol y así saltando de tema en tema, y sin dejar de movernos para no congelarnos. Walter volvió sobre el asunto: “¿vieron que salen micros desde la facu? ¿Ustedes van? Nosotros tres salimos el jueves”. Por supuesto que íbamos a Rosario, todos nos estábamos dejando la barba hace un mes. Ariel hizo el comentario sobre las canas de nuestras barbas y nuevamente volvimos a estallar con las risas. Creo que fue Jorge, si fue Jorge, quien lo dijo: “¿vieron que ahora cumplimos con todas las características para morir en un enfrentamiento?” “¡¿Qué?!”, dijimos todos a los gritos. “Y claro, si nos matan de un balazo cumplimos con todos los requisitos para que hablen bien de nosotros. Miren, somos maridos, somos padres, tenemos amigos que dirán que éramos buenas personas…cumplimos con todos los requisitos para ser de los que mueren por una bala perdida o por la demencia de algún policía que te caga a golpes hasta dejarte duro en el piso”. Silencio. Silencio. Silencio. “Para mí, la última piedra que tiré con la gomera fue en la plaza de Mayo, en el 2001, de ahí, no tire más”, dijo Christian. Seguimos hablando de otras cosas, no recuerdo bien el orden, pero casi todo el tiempo era de minas. Después de un rato les conté lo que había visto viajando en tren. En uno de esos viajes que hacia desde Constitución a la La Plata para cursar la carrera, en una pared llegando a la estación de Tolosa, habían escrito el famoso lema “El Che Vive”. A los pocos días, alguien con otro aerosol había escrito por debajo del graffiti: ¿A dónde? Después de ese día, siempre miraba la pared esperando que alguien respondiera la pregunta, pero en cuatro años nadie se había animado, o simplemente no sabía.
El aula que necesitábamos estaba abierta, no fuimos rápido porque el frío era terrible.
El jueves nos iremos con las barbas canosas y le preguntaremos a alguien más joven. Quizás sepa.

Calles híbridas


Buscando paliar la falta de combustible generada en los últimos días por los incontables reclamos municipales, gremiales y rurales, el Gobierno de la Provincia ha modificado, luego de una serie de reuniones con equipos técnicos (que incluyeron a ingenieros, cartoneros, literatos, linyeras y filósofos), el original funcionamiento de las calles.
Desde ahora, los destruidos senderos de asfalto estarán disponibles para el uso tanto de peatones como para el resto de los vehículos que anteriormente circulaban por estos territorios, ahora novedosamente poblados.
Cabal ejemplo de esto, apreciable en la fotografía de reciente factura, son las flamantes hordas de caminantes que, con distintos rumbos y ritmos, circulan por las calles híbridas. En la imagen se puede apreciar a los nuevos soberanos del pavimento esperando que el bermellón del semáforo desaparezca cediendo presencia al verde del avance, mientras efectivos policiales controlan que el tránsito no se desborde.

miércoles, 4 de junio de 2008

Cinco píldoras

Lo que sigue son palabras, sensaciones, surgidas de otras palabras.
Pastillas, en fin.

Abulia:
El sol está por cruzar el horizonte, cediendo paso a la incipiente oscuridad. Cuando el disco solar estaba en su máximo esplendor, José había decidido tenderse en la reposera de su balcón a dejar pasar las horas.
“Después de todo, qué es un dos; solo es una nota más”, pensó.
Y ahí lo vemos, confundido con las sombras.

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Trastorno obsesivo compulsivo:
Suena un teléfono.
- Hola.
- ¿¡Dónde estás!?
- En lo de Sandra amor.
- ¿¡A qué hora volvés!? Es tarde ya.
- Amor, son las siete. En un rato voy para casa.
- Bueno idiota, hacé lo que quieras. ¡Siempre fuera de casa vos!

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Placidez cósmica:
La nieve cae raudamente sobre la espesura del monte, mientras el azote del viento sacude todo en su acompasado vaivén. El frío cubre la tarde con una inmovilidad espectral.
Desde la cabaña, mientras tomo café a escasos metros de un abundante fuego, la tempestad se asoma amable por la ventana.

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Placer sensual:
El farol de la calle, insolente rival de la noche, se deja percibir a través de las cortinas rojas de tu cuarto. El ambiente, lleno a más no poder de un escarlata oscuro y potente, te decora de un modo sutil, envolvente.
Desnuda, extendida boca abajo a un costado de la cama, caminás por un sueño que yo no alcanzo. Me siento tentado a tocarte en un vil y egoísta movimiento que te saque de un mundo al que nunca accederé.
Elijo mirarte, en cambio, y con ese goce me voy perdiendo en mi propio universo onírico.

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Furia incontenida:
Al entrar en mi habitación vi la tétrica escena.
Mirta, apoyada contra una pared, sostenía el cuchillo con el que hace unos minutos había matado a Ludmila, mi Ludmila...
Lo supe; en ese instante lo supe: Era mi turno de matar.

domingo, 1 de junio de 2008

El mesiánico y anacrónico ladrido


A continuación, un texto extraído de Prensa Red.
Lean, es tan necesario…

El ex jefe del III Cuerpo de Ejército asumió ser el “único responsable” de las acciones de sus subalternos y desplegó su gastada teoría de que las fuerzas armadas salvaron a la Patria del "terrorismo subversivo". Y hasta se dio el lujo de citar a Lenín y Gramsci para denunciar las nuevas estrategias de la "infiltración marxista".

Por Alexis Oliva

Por si a alguien le quedaban dudas de que no se está juzgando a un abuelo indefenso, Luciano Benjamín Menéndez habló. Con voz firme, apenas mellada en su timbre por su provecta edad, pronunció su discurso de siempre, levemente retocado y adaptado para el tardío trance judicial que atraviesa junto a siete de los que consideró "dignos subordinados", que luego de la alocución de su jefe aprovecharon para declararse inocentes.

Al decir lo de siempre, Menéndez pareció rejuvenecer y parecerse en algo al otrora omnipotente jefe del III Cuerpo de Ejército que supo encabezar lo que volvió a definir como una cruzada "contrarrevolucionaria", en la que resultó derrotado "el terrorismo subversivo que desafió a la República".

Invitado a declarar por Jaime Díaz Gavier, presidente de un Tribunal Federal que el reo volvió a desconocer, Menéndez admitió ser el "único responsable" de la política represiva de la que los secuestros, torturas y asesinatos de Humberto Brandalisis, Hilda Flora Palacios, Carlos Lajas y Raúl Cardozo son sólo una muestra.

"Yo como comandante fui el único responsable de la actuación de mi tropa. A mis dignos subordinados de entonces no se les puede imputar nada ni privarlos de la libertad como injustamente se ha hecho", fueron las palabras con que formuló la teoría de la "obediencia debida".

Pero Menéndez fue más allá, al actualizar su hipótesis conspirativa: "Se da la paradoja grotesca de que los terroristas subversivos que asaltaron la República en los años 60 y 70 para instalar sus grises organizaciones marxistas de importación, ahora se refugian y usan esas mismas instituciones democráticas para juzgarnos".

Hasta se tomó la libertad de citar autores impensados en su biblioteca, como Vladimir Illich Lenín. A él atribuyó una frase con que intentó ilustrar la estrategia de su enemigo izquierdista luego de su derrota militar: "La paz es la continuación de la guerra por otros métodos". Pero también apeló a otro continuador de la doctrina de Carlos Marx, el italiano Antonio Gramsci, para señalar que "ahora usan la táctica gramsciana de infiltrarse en las instituciones para atacar a la República desde adentro".

"No quiero ser cómplice de este doble crimen", leyó solemne. Y por eso insistió en que se niega a declarar "ante nadie que no sea mi juez natural", es decir, la justicia militar que solía impartir el Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas.

Por último, reprochó que la Argentina es "el único país donde compatriotas juzgan a sus soldados victoriosos" y cuestionó a la Justicia por "facilitar a los marxistas el uso de los medios constitucionales para hundirnos en el abismo de la ilegalidad", para "regocijo y éxito de quienes quieren reemplazarlos por su burdo remedo comunista".

A la palabra de Menéndez sucedieron unos segundos de silencio en los que el auditorio se esforzaba por regresar al presente, como después de haber sido secuestrados por una máquina del tiempo y llevados ida y vuelta al oscuro planeta de la "Seguridad Nacional".

Algunos seguidores atentos de anteriores proclamas del represor, hurgaban en su memoria para intentar detectar elementos nuevos en su discurso. Pero no encontraron casi nada.

Extraído de: http://www.prensared.com.ar/
Ilustración: Hermenegildo Sabat