Triste, abatida, su mirada trataba de encontrar el horizonte entre un tenue arroyo de lágrimas. El sendero que se había formado en su cara iba a perderse en el suelo o, a lo sumo, en la patética tela húmeda que minutos atrás podía ser distinguida como un pañuelo.
Rocío no podía retener el débil llanto, y los constantes suspiros no hacían más que entristecer a su adorado can, único testigo de aquella cruel escena.
La mujer, bella mujer, rubia alta esbelta bella mujer, se levantó del profundo sillón donde se encontraba y caminó, con lentos e imprecisos pasos, hacia el amplio balcón de su habitación.
La tarde aún podía palparse en la incipiente penumbra.
Apoyada en el frío hierro que sostenía su cuerpo ante el vacío, Rocío miró sus manos y soltó un gemido corto y agudo, seguido de un nuevo brote del salado caudal.
“¿Cómo?”, se preguntaba entre sollozos cada vez más intensos.
“¿¡Cómo carajo pude haberme roto una uña!?”
domingo, 11 de mayo de 2008
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
3 comentarios:
y si hay gente que se hace drama por pequeñas cosas!!
jaja
saludooos
felicito al autor por la redacción del relato, más lo del llanto por una uña... haceme el favor!!!!!!!!!!!!! IRLANDESA.
Y bueno, ya era hora de volver a escribir. Existen un sinfin de blog para leer pelotudeces, pero pocos para leer algo original. En verdad, ya me estaba haciendo calentar, realmente extrañaba encender la computadora y revisar si habia algo nuevo, no perdia las esperanzas (algo que pierdo facilmente)y aquí esta de nuevo. gracias...
El Diego de los Lentes.
Publicar un comentario