domingo, 21 de diciembre de 2008

Despedidas

Sabía que tenía que buscar combustible esa tarde, pero algo lo detuvo; inexplicablemente las horas se fueron, y cuando volvió a entrar en la cocina era la noche la que teñía la vida en esa fracción del mundo.
En la pequeña habitación una olla humeaba mientras esparcía un intenso aroma a zapallo y acelga hirviéndose en su propio caldo. Quien cocinaba era su hermano, que lo observaba con cara expectante y un dejo de tristeza en su mirada. Será por no haber bajado al pueblo, pensó Juan.
Avanzó hacia el catre donde estaba tendida Jimena, absorta en la lectura de un libro que a Juan le pareció familiar pero no llegó a reconocer. Ambos, Jimena e Ismael, parecían esperar algo de él, pero no demostraron nada, cada uno en lo suyo.
“Tampoco fue para tanto”, dijo quien en ese momento se sentía en falta, pero no recibió por respuesta más que vistazos anodinos, casi simultáneos, de los otros dos pobladores de la cocina.
La estridencia de un teléfono cortó el silencio con espanto. Ahora Ismael y Jimena se miraron entre sí, sin más movimientos que los necesarios para cruzar sus miradas.
Juan levantó el tubo.
- Hola hijo-, escuchó del otro lado; era la voz de su madre.
- Hola mamá...
Juan también había dejado de hacer otra tarea aquella tarde: buscar a su madre en la terminal.
- Hola hijo, ¿cómo estás? ¿Por qué no viniste, Juancito? Te estuve esperando amor, pero no llegabas, no llegabas... y... y me dio un infarto. Estoy muerta hijo, ahora estoy muerta.
- ¡¡MA’!! ¡¡¿¿CÓMO PODÉS ESTAR MUERTA??!!
El aparato cayó al suelo. Juan buscó a su hermano con la mirada. Ahora la cara de Ismael era otra: los labios inferiores mordidos con fuerza, toda la nariz arrugada y los ojos casi cerrados, llenos de lágrimas. Lo demás había desaparecido; sólo la expresión al borde del llanto y unos brazos que se estiraban buscando unirse en un abrazo que nunca llegaba. Un velo negro saturaba todo alrededor. Y ese insoportable dolor en el pecho, y los brazos que no se juntaban; se aceraban pero no, no se juntaban.
¡Y ese insoportable dolor en el pecho!


Juan se despertó sobresaltado, llorando, gritando. Jimena, sentada a su lado, buscaba calmarlo.
Inmediatamente corrió hasta su mochila y sacó el teléfono celular. Llamó. Mientras esperaba miró la hora en el reloj despertador. Estaban por ser las siete y media; su madre ya estaría en el trabajo.
- ¡Hola ma’!
- ¡Hijo, tanto tiempo! Hace mucho que no llamás Juancito. ¿Cómo estás?
- Bien, pero soñé que te morías, por eso te hablo.
- ¡Pero no, hijito! Quedate tranquilo que está todo bien. Sólo fue un sueño mi amor.
- Que alivio que me das, vieja. Pensé que te habías ido. Perdón por la molestia. Te dejo laburar tranquila ahora.
- Está bien hijo. No hay problema. Espero otro llamado tuyo pronto.
- Está bien ma’. Que estés bien.
- Chau mi vida, saludos a Jime de mi parte.
- Ahora le mando. Chau mi viejita. Cuidate mucho.

En medio del apurado trajín de un juzgado de tribunales, Graciela se alegró al pensar que, al menos en los sueños, Juan de vez en cuando la tenía presente, la recordaba. A media mañana, aprovechando una pausa en la que salió a tomar un café, lo llamó para ver cómo iba su día.
- ¿Y mi bebé, estás mejor ya?-, comenzó a decir cuando escuchó que atendían. Del otro lado, el inconfundible tono de Jimena.
- Hola, soy yo.
- Ah, hola linda. ¿Estará Juan por ahí?
- No, Graciela... Juan... Juan murió anoche mientras dormía. Los médicos dijeron que fue un infarto.

jueves, 18 de diciembre de 2008

El arte de viajar (reseña)


Autor: Manuel Mujica Láinez
Selección: Alejandra Laera
Fondo de Cultura Económica, 2007

Pese a ser considerado un referente indiscutido de la literatura iberoamericana, acercarse al universo de Manuel Mujica Láinez no suele ser una decisión recurrente por estos días. Acaso sus extensas novelas, en las que priman el realismo que persigue el mínimo detalle, junto a un estilo cargado de adornos que “espesan” la escritura, sean un obstáculo en el mundo de hoy, en el cual resulta tan difícil dedicarle una buena cuota de tiempo a la lectura.
Es por esto que El arte de viajar resulta una opción muy recomendable para comenzar a recorrer la obra de “Manucho”. En estos textos, dejando de lado el escritor barroco que se presenta en las novelas y muchos de sus cuentos, Mujica Láinez saca a relucir el observador irónico y narrador con sed de contar, por lo que cada una de las crónicas tiene la claridad necesaria de un texto periodístico, sin perder el lustre propio de la genialidad del autor que tanto amó a La Cumbre.
La selección de notas, publicadas entre 1935 y 1977 en el diario La Nación (varias de ellas inéditas en libro hasta ahora), son una revisión de sus recorridos por el mundo. Allí podemos apreciar a un Mujica Láinez extasiado ante las ruinas de lo que fue el imperio romano, o aburrido del ajedrez al segundo día de su vuelo en Zeppelin. No obstante, cualquiera sea la maravilla que tenga alrededor, o por más lustros que carguen las piezas cronicadas, a lo largo de todo el libro se despliega la inclaudicable virtud del escritor. Esa vocación creativa ante cada anécdota nos lleva de viaje en cada nueva historia. El arte no está, como el título del libro reza, en el viaje. El arte se encuentra en la astucia y elegancia para narrar lo vivido en esos periplos.

jueves, 11 de diciembre de 2008

Din don dan, din don... ¡¡PAFF!!


Hermoso detalle el de Mauricio Macri para estas navidades. Prohibió que un grupo de Caritas cantara villancicos en calle Florida por que atenta contra la "estética urbana".
Claro, es porque "va a estar bueno Buenos Aires". Buenísimo...