Estamos en Haedo y corre el año 1.908.
Álgido picado está por jugarse en la calurosa siesta.
Se realiza el correspondiente pan y queso y, una vez definido, Eleuterio empieza a elegir. Poco a poco una nutrida fila de niños se va reduciendo hasta que queda solo uno, el jugador impar de una espontánea convocatoria.
Los seleccionadores de turno no quieren al sobrante en su equipo, aunque finalmente él termina yendo del lado de Felipe, quien lo recibe entre rezongos, quejas, y con la vergonzante orden de defender el par de maletas que, separadas entre sí por diez pasos, forman un arco.
Disconforme, rígido y absolutamente reacio a la cruel decisión, nuestro protagonista parte, enculado, a su casa.
Quién diría, Jorgito Luis, quién diría que esa tarde terminarías la traducción que habías comenzado hace unos días y nunca más volverías a jugar con ellos.
Dejalos, dejalos que se queden con su fútbol. Ya encontrarás algo mejor que hacer.
lunes, 26 de mayo de 2008
domingo, 18 de mayo de 2008
¡Guachau!
Guan, chu, fri... De ahí no me sacaban y estaba conforme, tranquilo.
Con esto de que el inglés sirve para todo el que quiera “ser alguien”, unos meses atrás mis viejos decidieron que comenzaría a estudiar. Y ahí me tenían, cada tanto, repasando los jelou, los gudbai, o los jauariu.
Estaban buenas las clases, pero el tema es que mucho no cazaba.
Un día, como para que se den una idea, nos pidieron que hagamos un glosario con las palabras que no entendíamos de un texto. Creo que eran dos páginas, pero estuve como tres horas con el diccionario.
La cuestión es que mucha bola no le daba a la cosa.
Hasta anoche.
Caminaba por la calle en dirección a lo del Pocho. Íbamos a tomar unas cervecitas, algo tranqui, y pegaba la vuelta.
De repente, mientras cruzaba la avenida sentí que gritaban atrás mío. Fuerte gritaban. Me doy vuelta y veo que era un flaco alto, que me miraba y gritaba ¡guachau, guachau! No entendí mucho.
Hasta que recobré el conocimiento, ya en el hospital. Dicen que el auto era un gol de los viejos, esos cuadraditos.
Hace un rato, repasando los minutos previos al choque con mi hermanita, ella me dio una nueva lección.
“Watch out, Nico, quiere decir cuidado”, dijo la insolente.
Con esto de que el inglés sirve para todo el que quiera “ser alguien”, unos meses atrás mis viejos decidieron que comenzaría a estudiar. Y ahí me tenían, cada tanto, repasando los jelou, los gudbai, o los jauariu.
Estaban buenas las clases, pero el tema es que mucho no cazaba.
Un día, como para que se den una idea, nos pidieron que hagamos un glosario con las palabras que no entendíamos de un texto. Creo que eran dos páginas, pero estuve como tres horas con el diccionario.
La cuestión es que mucha bola no le daba a la cosa.
Hasta anoche.
Caminaba por la calle en dirección a lo del Pocho. Íbamos a tomar unas cervecitas, algo tranqui, y pegaba la vuelta.
De repente, mientras cruzaba la avenida sentí que gritaban atrás mío. Fuerte gritaban. Me doy vuelta y veo que era un flaco alto, que me miraba y gritaba ¡guachau, guachau! No entendí mucho.
Hasta que recobré el conocimiento, ya en el hospital. Dicen que el auto era un gol de los viejos, esos cuadraditos.
Hace un rato, repasando los minutos previos al choque con mi hermanita, ella me dio una nueva lección.
“Watch out, Nico, quiere decir cuidado”, dijo la insolente.
domingo, 11 de mayo de 2008
Ruptura
Triste, abatida, su mirada trataba de encontrar el horizonte entre un tenue arroyo de lágrimas. El sendero que se había formado en su cara iba a perderse en el suelo o, a lo sumo, en la patética tela húmeda que minutos atrás podía ser distinguida como un pañuelo.
Rocío no podía retener el débil llanto, y los constantes suspiros no hacían más que entristecer a su adorado can, único testigo de aquella cruel escena.
La mujer, bella mujer, rubia alta esbelta bella mujer, se levantó del profundo sillón donde se encontraba y caminó, con lentos e imprecisos pasos, hacia el amplio balcón de su habitación.
La tarde aún podía palparse en la incipiente penumbra.
Apoyada en el frío hierro que sostenía su cuerpo ante el vacío, Rocío miró sus manos y soltó un gemido corto y agudo, seguido de un nuevo brote del salado caudal.
“¿Cómo?”, se preguntaba entre sollozos cada vez más intensos.
“¿¡Cómo carajo pude haberme roto una uña!?”
Rocío no podía retener el débil llanto, y los constantes suspiros no hacían más que entristecer a su adorado can, único testigo de aquella cruel escena.
La mujer, bella mujer, rubia alta esbelta bella mujer, se levantó del profundo sillón donde se encontraba y caminó, con lentos e imprecisos pasos, hacia el amplio balcón de su habitación.
La tarde aún podía palparse en la incipiente penumbra.
Apoyada en el frío hierro que sostenía su cuerpo ante el vacío, Rocío miró sus manos y soltó un gemido corto y agudo, seguido de un nuevo brote del salado caudal.
“¿Cómo?”, se preguntaba entre sollozos cada vez más intensos.
“¿¡Cómo carajo pude haberme roto una uña!?”
domingo, 4 de mayo de 2008
Huesos
Radiografías varias indicaron que sus huesos estaban mal.
Claro, después de tantos años de trabajo era lógico que el cuerpo deje relucir el constante achaque; martirio inevitable y diario al que era sometido.
Luego de enterarse de semejante estropeo, Filomeno Arzuaga decidió retirarse de su empleo.
Definitivamente, el transporte de cemento no era lo suyo. No, al menos, a los 98 años.
Claro, después de tantos años de trabajo era lógico que el cuerpo deje relucir el constante achaque; martirio inevitable y diario al que era sometido.
Luego de enterarse de semejante estropeo, Filomeno Arzuaga decidió retirarse de su empleo.
Definitivamente, el transporte de cemento no era lo suyo. No, al menos, a los 98 años.
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