Ninguna urbe troquelada, nevada,
cobrará limosnas vastas
entre changuitos zumbantes;
atravesará excéntricas alamedas largas,
y ofrendas
Hasta nunca olvidar grillos armónicos,
fibrosos
nauseabundos,
antiguos amantes iluminadores e intensos
Luminarias urticantes diametralmente
sin umbrales estrepitosos tratan de participar rotundamente.
Brillemos sin estrellas.
Intensamente
viernes, 29 de agosto de 2008
lunes, 18 de agosto de 2008
Paseos Nocturnos
Con el termo lleno de agua caliente y la yerba del primer mate hinchándose a paso lento, salgo a mi pequeño balcón a contemplar la noche. A los pocos minutos comienzo a volar. Me elevo de un modo suave, seguro, y avanzo sereno siguiendo los deseos de mi cerebro.
Paso ante una ventana a través de la cual se puede ver una chica llorando, angustiada porque piensa que no llegará con tiempo para rendir su examen.
Me adelanto y veo a dos compañeros inclinados ante un tablero iluminado, en una habitación en penumbras. Junto a ese cuarto una pareja discute a viva voz cotidianidades de alta y banal efervescencia.
Sigo mi paseo por encima de una plaza, a una altura prudente como para no ser visto por un grupo travestis que se pavonean orondos, a la espera de la clientela que no tardará en llegar.
Ahora subo, subo y me detengo a la altura del que, me parece, es el edificio más alto de la ciudad. Con sosegado avanzar llego, minutos más tarde, a la terraza de la construcción más distante del suelo.
Al principio debo estirar mis pies para rozar el techo del último piso. Llego, finalmente, y camino alrededor de esa cúspide urbana viendo el panorama que se extiende alrededor. Respiro profundo mirando al cielo, cada una de las estrellas y la luna se perciben un poco más cerca, pero a la vez tan lejos, tan lejos.
El silencio total no existe, pero lo que siento se le parece mucho, o al menos resuena como un murmullo constante, parejo, y por eso casi imperceptible a los oídos tan destrozados por el vociferar constante de la ciudad despierta, ahora sólo palpitante.
Decido volver. El frescor está creciendo y los compromisos que mañana me aguardan no tendrán en cuenta mi paseo nocturno; su inclemencia será la misma de siempre.
Ahora, en el segundo capítulo de un vuelo que apenas conozco, domino el flotar de este cuerpo como si el nacimiento de mi vida hubiera sido el testigo de tal capacidad. La confianza se adueña de mis movimientos. Intento acelerar y lo logro. A gran velocidad me alejo de esa ínfima zona protectora de mis rodeos nocturnos para regresar a casa; al departamento que amable y generosamente llamo casa.
En mi apurado retorno te veo. Estás sentada como lo estuve yo, hace no se cuantos minutos; horas, quizá. No volás. Solo estás sentada, tus brazos contra la baranda, soltando un largo bostezo.
Ahora, suspendido en el aire, te veo llorar; estás cansada de llorar. Me acerco y ante tu sorpresa estiro el brazo y te pido que te quedes tranquila. Me detengo nuevamente hasta que tu mínima confianza me permite acercarme.
Llego a tu lado y te abrazo. La intensidad de mis brazos sobre tu cuerpo es leve, poco abarcadora de tu pequeña contextura, pero es un abrazo al fin. Tus sollozos no merman, se mantienen en una prolijidad atormentante.
De repente lo decido, tengo que hacerlo: te entrego mi lapiz y ese pedazo de hoja que me ayudaron a flotar durante todo este rato.
Tímida, agarrás los objetos mientras me mirás sin entender qué pretendo.
“Volá”, te susurro despacio, y luego del primer trazo vos también te vas.Que lejos estoy de casa.
Paso ante una ventana a través de la cual se puede ver una chica llorando, angustiada porque piensa que no llegará con tiempo para rendir su examen.
Me adelanto y veo a dos compañeros inclinados ante un tablero iluminado, en una habitación en penumbras. Junto a ese cuarto una pareja discute a viva voz cotidianidades de alta y banal efervescencia.
Sigo mi paseo por encima de una plaza, a una altura prudente como para no ser visto por un grupo travestis que se pavonean orondos, a la espera de la clientela que no tardará en llegar.
Ahora subo, subo y me detengo a la altura del que, me parece, es el edificio más alto de la ciudad. Con sosegado avanzar llego, minutos más tarde, a la terraza de la construcción más distante del suelo.
Al principio debo estirar mis pies para rozar el techo del último piso. Llego, finalmente, y camino alrededor de esa cúspide urbana viendo el panorama que se extiende alrededor. Respiro profundo mirando al cielo, cada una de las estrellas y la luna se perciben un poco más cerca, pero a la vez tan lejos, tan lejos.
El silencio total no existe, pero lo que siento se le parece mucho, o al menos resuena como un murmullo constante, parejo, y por eso casi imperceptible a los oídos tan destrozados por el vociferar constante de la ciudad despierta, ahora sólo palpitante.
Decido volver. El frescor está creciendo y los compromisos que mañana me aguardan no tendrán en cuenta mi paseo nocturno; su inclemencia será la misma de siempre.
Ahora, en el segundo capítulo de un vuelo que apenas conozco, domino el flotar de este cuerpo como si el nacimiento de mi vida hubiera sido el testigo de tal capacidad. La confianza se adueña de mis movimientos. Intento acelerar y lo logro. A gran velocidad me alejo de esa ínfima zona protectora de mis rodeos nocturnos para regresar a casa; al departamento que amable y generosamente llamo casa.
En mi apurado retorno te veo. Estás sentada como lo estuve yo, hace no se cuantos minutos; horas, quizá. No volás. Solo estás sentada, tus brazos contra la baranda, soltando un largo bostezo.
Ahora, suspendido en el aire, te veo llorar; estás cansada de llorar. Me acerco y ante tu sorpresa estiro el brazo y te pido que te quedes tranquila. Me detengo nuevamente hasta que tu mínima confianza me permite acercarme.
Llego a tu lado y te abrazo. La intensidad de mis brazos sobre tu cuerpo es leve, poco abarcadora de tu pequeña contextura, pero es un abrazo al fin. Tus sollozos no merman, se mantienen en una prolijidad atormentante.
De repente lo decido, tengo que hacerlo: te entrego mi lapiz y ese pedazo de hoja que me ayudaron a flotar durante todo este rato.
Tímida, agarrás los objetos mientras me mirás sin entender qué pretendo.
“Volá”, te susurro despacio, y luego del primer trazo vos también te vas.Que lejos estoy de casa.
jueves, 7 de agosto de 2008
Año
Para algunos, nada; para otros, una eternidad; siempre dependiendo de la perspectiva desde donde se aprecie el discurrir del mundo, el incesante despliegue de la vida alrededor nuestro. Lo cierto -bueno o no, pero cierto- es que este blog hoy cumple un año.
¿Positivo? ¿Negativo? Lo hago para escribir, cada vez que tengo tiempo. En este momento no lo tengo.
Ta' luego...
¿Positivo? ¿Negativo? Lo hago para escribir, cada vez que tengo tiempo. En este momento no lo tengo.
Ta' luego...
Suscribirse a:
Entradas (Atom)